Se lleva mucho decir que los hombres no sirven para nada, que se van a extinguir, que las mujeres son autosuficientes, pero si nos fijamos en las congregaciones masivas de personas de los últimos días, veremos lo equivocado de tales afirmaciones. Las bodas ejercen un atractivo irrefrenable sobre muchas mujeres. Y mire usted que ya no hacen falta. La monogamia no tiene hoy demasiado sentido cuando las parejas sólo tienen un niño y se lo quitan de encima a los pocos meses de nacer. Hay muchos intereses por medio. Sobre todo económicos. Mucha gente vive de las bodas. Aunque casarse fuese una actividad nociva o perjudicial (al menos estéticamente, sí que lo es, el sombrero de la reina de Inglaterra lo prueba), no puede eliminarse por decreto porque dejaría a muchas familias sin trabajo. ¡Las centrales nucleares son mucho más perjudiciales y no se cierran! Asistí hace años a una reunión programática de IU, en Sevilla, y me integraron en la comisión de Cultura, propuse que IU abogase por la supresión inmediata de la Semana Santa, y todavía no sé como salí vivo de aquello. Unos anarquistas de Cádiz, bordadores, me amenazaron de muerte. “¿De qué iban a vivir ellos”, me preguntó uno, “si desaparecía la Semana Santa?”. Ya sé que el príncipe Guillermo estaba ridículo con su traje de músico de banda municipal de pueblo del área metropolitana, pero, ¿imaginan una boda sin novio? Sería muy deslucida. Eso sólo sale bien en la Primeras Comuniones de las niñas. Tampoco les resulta prescindible el varón a las piadosas señoras católicas que dicen estar todo día en contacto visual con Cristo, pero se alivian más con la varonil encarnadura, para cuando la tuvo, de señores como Juan Pablo II. Lo están confesando, candongas, a las televisiones del mundo desde la Plaza de San Pedro. Esta dependencia de los hombres, la conocí yo de boca de una joven madre del OPUS que confesó sin recato en TVE, refiriéndose a su marido, “él me lo haced fácil y maravilloso”. Cerré la televisión para que mis hijos no se vieran envueltos en aquellas sicalipsis. Porque amar a Cristo, se le ama, si hay que amarlo, pero se le ve pocas veces por casa, algunas, no lo han visto nunca. Juan Pablo II sabía dejarse ver. Y más de una soñó con hacerlo “todo suyo”, una vez más. No crean que los hombres son tan prescindibles. ¡Qué sería del Barcelona sin Messi!
domingo, 1 de mayo de 2011
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