HAY historias a las que los países están fatalmente vinculados aunque no lo quieran y aunque traten de olvidarlas. De Limnos, isla próxima a Turquía, esta misma mañana habrán despegado aviadores griegos para mirar a los ojos con rabia, a 6.000 metros de altura, a aviadores turcos, sobre las disputadas aguas territoriales del Egeo. Vuelan tan cerca unos de otros que, a veces, se rozan y caen. Todos los años se producen muertes en estas colisiones. Abajo, en el Monasterio del Arcángel San Miguel en Lesbos, hay un exvoto poco habitual, la maqueta de un mirage 2000, ofrecida al santo por un aviador agradecido. Los guías griegos que explican la historia del país y de sus islas hablan constantemente de la maldad de los turcos y de la matanza en 1.822 de 25.000 personas en Kios. Hay heridas que no se cierran nunca.
La muerte de Ben Laden no va a resolver el conflicto entre los países pobres, asidos al Corán como a un clavo ardiendo, y los ricos, asidos a sus películas. Porque no se le puede cortar el cuello a un rehén, volar rascacielos repletos de seres inocentes o reventar a 16 turistas, mientras agotan su cuenco de harira en un restaurante de Marrakech, sin tener detrás alguna actualización interesada del Libro Sagrado que justifique el horror; los países ricos, a su vez, se han creído que la Historia es la que cuentan en sus películas: las que rodaron para justificar las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, la guerra del Vietnam o la extinción del indio americano. Trento suministró a los inquisidores valium ideológico para tranquilizar sus conciencias tras asar a seres humanos como si fueran espetos. Y las películas de cuatreros permiten a George W. Bush afirmar que con la muerte de Ben Laden se ha hecho justicia, sin importarle lo que hemos sabido estos días por Wikileaks sobre la actuación de la justicia americana en Guantánamo.
Heródoto, en su Historia, con menos medios e información pero con más honradez y compromiso con los hombres -griegos o asiáticos-, intentó exponer "con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros". Su humilde intento de objetivar la historia de las guerras no ha servido para mucho: griegos y turcos se siguen vigilando aún, y el linchamiento de Bin Laden dirigido y contado, al mejor estilo hollywoodense, desde el ala oeste de la Casa Blanca, no impedirá que el enfrentamiento entre ricos y pobres continúe. A unos y a otros nos sucede algo parecido a lo que, según Tito Livio, acontecía a los romanos: que hemos llegado a un punto en el que no podemos soportar nuestros vicios ni sus remedios.
La muerte de Ben Laden no va a resolver el conflicto entre los países pobres, asidos al Corán como a un clavo ardiendo, y los ricos, asidos a sus películas. Porque no se le puede cortar el cuello a un rehén, volar rascacielos repletos de seres inocentes o reventar a 16 turistas, mientras agotan su cuenco de harira en un restaurante de Marrakech, sin tener detrás alguna actualización interesada del Libro Sagrado que justifique el horror; los países ricos, a su vez, se han creído que la Historia es la que cuentan en sus películas: las que rodaron para justificar las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, la guerra del Vietnam o la extinción del indio americano. Trento suministró a los inquisidores valium ideológico para tranquilizar sus conciencias tras asar a seres humanos como si fueran espetos. Y las películas de cuatreros permiten a George W. Bush afirmar que con la muerte de Ben Laden se ha hecho justicia, sin importarle lo que hemos sabido estos días por Wikileaks sobre la actuación de la justicia americana en Guantánamo.
Heródoto, en su Historia, con menos medios e información pero con más honradez y compromiso con los hombres -griegos o asiáticos-, intentó exponer "con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros". Su humilde intento de objetivar la historia de las guerras no ha servido para mucho: griegos y turcos se siguen vigilando aún, y el linchamiento de Bin Laden dirigido y contado, al mejor estilo hollywoodense, desde el ala oeste de la Casa Blanca, no impedirá que el enfrentamiento entre ricos y pobres continúe. A unos y a otros nos sucede algo parecido a lo que, según Tito Livio, acontecía a los romanos: que hemos llegado a un punto en el que no podemos soportar nuestros vicios ni sus remedios.
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