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¿Alguien que cuide de ellas? |
Tampoco es muy feminista el padre Feijoo, por no abandonar el campo de la literatura ‘progresista’ escrita por hombres, y, sin embargo, en la Antología del feminismo de Amalia Martín-Gamero, se puede leer que Feijoo "por su valentía, por su sentido de la justicia debe quedar inscrito entre uno de los más grandes campeones del feminismo". Aparte del despiste y del mal gusto del que hace gala la antóloga al usar el hombruno y bélico término 'campeón' para referirse a un defensor de las mujeres, no conviene olvidar que el padre Feijoo se aplica, con sutileza, a defender algo no muy nuevo: que la hermosura, la docilidad y la sencillez son virtudes femeninas, mientras que la constancia, la robustez y la prudencia, son masculinas. La modernidad de Feijoo puede radicar en la esmerada argumentación que el ilustrado levanta para demostrar que las virtudes aludidas son con frecuencia fuente de innumerables bienes para la humanidad, en tanto que las virtudes masculinas conducen en muchas ocasiones, y por exceso, a la catástrofe: "Confieso", discurre Feijoo, "que la firmeza en el buen propósito es autora de grandes bienes, pero no se me puede negar que la obstinación en el malo es causa de grandes males [...]".
Con clarividencia ilustrada, y para no disgustar a nadie, Feijoo se niega a considerar unas virtudes mejores que otras: "Si yo tuviera autoridad para ello", afirma con elegancia, "acaso daría un corte, diciendo que las cualidades en que exceden las mujeres, conducen para hacerlas mejores en sí mismas; las prendas en que exceden los hombres, los constituyen mejores, esto es, más útiles para el público". Tan salomónica solución no aporta ni un escrúpulo de progreso: sencillez, hermosura y docilidad son cualidades excelentes para el ama de casa; fortaleza, constancia y prudencia, virtudes imprescindibles para el varón que debe trabajar y moverse —y Feijoo lo dice expresamente, como antes lo había escrito, también, Fray Luis de León- en el ámbito de lo público: las artes mecánicas o liberales, la política, el sacerdocio, los negocios, la cátedra.
Más fino, o más avanzado, anda el buen padre en cuanto al problema de la inteligencia en la mujer. Si se les ha negado a las mujeres, en el discurso tradicional de los hombres, estar en posesión de una sana y aguda inteligencia es porque "hombres fueron los que escribieron esos libros, en que se condena por muy inferior el entendimiento de las mujeres. Si mujeres lo hubiesen escrito, nosotros quedaríamos debajo”.
Feijoo (del que han copiado los modernos teólogos de la liberación, empeñados en la provechosa tarea de conservar para la Iglesia Católica, por otras vías, las masas desesperadas del tercer mundo), las halaga y hermosea, para no perder para una Iglesia razonable y razonadora, contraria a la intransigencia y a la superstición, una Iglesia ilustrada, el concurso y el amparo que la mujer ha venido prestando a una institución que, curiosamente, la ha considerado siempre como un peligro.
Ningún hombre actúa, según parece, desinteresadamente en éste y en parecidos combates. No deben, sin embargo, desperdiciar las mujeres, si se me acepta la sugerencia, estos útiles "compañeros de viaje". A veces, y aunque muchos de ellos lo único que pretendan es arreglar las cuentas pendientes con su Edipo particular o, simplemente, echarse novia, estos francotiradores machos pueden servir de ayuda en el dificultoso camino de la emancipación de la mujer.
Le digo a Pánfilo que quizá no importe tanto por qué se defiende una buena causa con tal de que se haga correctamente. Que las elecciones son una transacción. Tú me das tu voto y yo atiendo tus intereses. Como el amor o el perdón. A ver que me contesta.
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