En la primera mitad del siglo XX algunas mujeres comenzaban a publicar, con su nombre, diarios, crónicas y biografías. Ya hacía tiempo que las mujeres llevaban diarios íntimos de contenido religioso y cada vez escribían con mayor frecuencia crónicas familiares para lectura privada, pero hasta el siglo XX no se atrevieron, o no pudieron publicarlos libremente. En el círculo ilustrado y burgués de Marianne y Max Weber, el filósofo Georg Simmel (1858-1919), obligó a su amante, Gertrud Kantorowicz, y a su esposa a firmar lo que escribían con pseudónimo.
¿De qué hablan estas mujeres cuando pueden, por fin, escribir de sí mismas? Pues no sólo hablan de ellas sino que, también, hablan de sus compañeros, de sus maridos. Así lo hacen, incluso, las más inteligentes, las mas 'productivas' y creadoras: la feminista alemana Marianne Weber, esposa y editora de la obra del sociólogo Max Weber, Zenobia Camprubí, mujer de Juan Ramón Jiménez y la compañera de Sartre, Simone de Beauvoir. Fielato forzoso: la mujer (lectora apasionada u oyente de lecturas, desde siempre), cuando comienza a pisar el espacio viril de la escritura, del que ha estado prácticamente ausente desde su invención, ha de apoyarse en el varón.
En el caso de Marianne, hablar de su marido era inevitable, ya que lo que firma es una Biografía de Weber, que publica en 1926, seis años después de enviudar. Pero se sitúa a sí misma como heroína al lado de su marido.
Lo que conocemos del Diario de Zenobia Camprubí, publicado por Graciela Palau de Nemes años después de la muerte de la escritora -y no sabemos si con su consentimiento-, está saturado de Juan Ramón.
La ceremonia del adiós de la filósofa y escritora Simone de Beauvoir, parece no hablar nada más que de Sartre: es la “crónica” de los diez años que precedieron a su muerte, acaecida en 1980; aunque admite que en el libro habla algo de sí misma, “porque el testigo forma parte de su testimonio, pero lo hago lo menos posible”.
Biografía o autobiografía, diario, o crónica, los tres libros tienen un cierto aire de confesión, en la línea de las de San Agustín y de versión alambicada del cuento La bella y la bestia.
¿De qué se confiesan estas mujeres? ¿Qué encontraron debajo de la “Bestia”, para permanecer, como hembras-madres y adoradoras, durante tanto tiempo junto a tan ilustres “monstruos”?
(Continuará, salvo caso de fuerza mayor)
(Continuará, salvo caso de fuerza mayor)
1/3
No hay comentarios:
Publicar un comentario