miércoles, 17 de abril de 2013

Esencias de mujer


El exilio de la lechuga
Antes de que el FMI dibujara este martes un panorama desolador de nuestra economía, yo ya había decidido “de mi mano”, como Fray Luis de León, “plantar un huerto”, en mi morada, con lechugas, cebolletas, tomates y acelgas, por lo que pueda pasar. No más de 20 plantones. He utilizado compost en lugar de estiércol para presumir de cultivo ecológico. Pronto los gorriones descubrieron mi tesoro y cada día segaban con sus picos los brotes verdes de mis lechugas. Pedí ayuda en la nube y me hablaron de colgar cedés de unas cañas, de tender en torno a la plantación cinta de vídeo e, incluso, un agricultor de verdad, en la vega, me aseguró que rodeándolas con un hilo de lana se conseguían buenos resultados. Ninguno de estos métodos sirvió de nada y, por mi cuenta, cubrí mi plantación con una red que me vendieron en una tienda del Violón que ejerce, también, de ambulatorio de plantas. Mano de santo. Cubiertas por la red, las lechugas comenzaron a crecer con la misma pujanza que, según las “imprevisiones” oficiales, crecerá España en algún momento. Comuniqué mi éxito en la red, y pronto me cayeron broncas, sobre todo de mujeres, por haber dejado a los pájaros sin sustento. Recordé entonces que cuando las mujeres, a mediados del XIX, comienzan escribir de forma sistemática, y firmando lo que escriben con su nombre, hablan mucho de pájaros y de flores, de sentimientos tiernos de madre, de esposa, de enfermera, de cocinera, de jardinera, de ama de llaves, de camarera, de ángel del hogar. Supongo que lo hacían para hacerse perdonar la incursión en el territorio masculino de la escritura y para mostrar que continuarían siendo “decentes” y que no iban a competir con los hombres “en algo tan propio de ellos”. Que se dedicarían sólo a extaer "esencias de mujer”. Rosalía de Castro, se ríe de tanto floripondio y de tanto pájaro en estos versos: “De aquellas que cantan a las palomas y a las flores / todos dicen que tienen alma de mujer, / Pues yo que no las canto, Virgen de la Paloma, / ¡ay!, ¿de qué la tendré?”. Quizá aquellas escritoras viesen alguna similitud entre su destino y el de las aves: anhelando la libertad y prisioneras en sus jaulas domésticas. Me he apresurado a dejar sin la protección de la red a una lechuga. Mis amigas de internet me han alabado la fineza. Una de ellas la ha llamado “La ofrenda de Ceres”. Esta mañana de la lechuga expiatoria no queda, como de nuestra economía, ni un brote verde. ¡Puñeteros gorriones!

miércoles, 10 de abril de 2013

El rap de la Vega



De la rotonda que hay a la entrada de mi pueblo sale una calle de unos  30 metros, cortada por un muro bajo de bloques  de cemento. En su día, este muro fue la frontera de la especulación. Más allá, la Vega, entonces amenazada y hoy pujante e invasora, sin interés para constructores arruinados y ayuntamientos en quiebra. Un rapero enamorado escribió en los bloques este enigma que durante años hemos leído los paseantes: “Sigue en dirección Bellavista hasta tu quinta pista mientras te explico cómo me he acabado enamorando de ti de forma imprevista sigue hasta que la tengas a la vista”. El rapero descuidó, pese a la rima interna, algún detalle métrico. Podría haber amoldado su adivinanza a los bloques de cemento y escribir dos sílabas por bloque o trabajar con bloques trisílabos. Haber repartido los acentos convenientemente por el cemento pautado, para que su llamada de atención se atuviese al consejo de Verlaine: “la música ante todo”, facilitando la rendición de la amada con el ritmo acentual. Pero no. El rapero ha sido ingenioso en los conceptos, pero tosco con la retórica, dañado por el versolibrismo y la iconoclastia de las vanguardias que no respetaron nada. Con lo que un pintamonas puede pasar por Miró y un maltratador del idioma por un poeta notable. Yo mismo, sin miedo al ridículo, picado con el rapero del hormigón, me atreví a redactar algún aforismo de limpia sabiduría, de esos que ahora están de moda entre poetas. Estuve tentado de escribirlo en los bloques del muro. Luego lo llevé a mi taller de haikús colectivos. Pero la peña lo encontró insustancial y lo rechazó. Al no conseguir nada de los compis, lo convertí, yo solo, en un poema. Estuve a punto de leerlo en un festival internacional de poesía, pero se suspendió porque el local, de propiedad municipal, hubo que dedicarlo a taller de costura para hacerle los trajes a un conjunto de sambas brasileñas que iba a desfilar en las fiestas. La verdad es que me quedó muy profundo. Si no, que el lector severo juzgue por sí mismo. Lo titulé “Las alcancías del odio” y decía así: En la familia,  / el recuerdo de los buenos momentos se disipa, / y se guardan en huchas de barro / los agravios y el rencor. / Las alcancías del odio terminan siempre por abrirse / o romperse, / para que los fantasmas liberados / oculten las causas del fracaso inevitable.  Ya sé yo que no es un fruto perfecto, pero es que he roto a escribir poesías muy tarde.

lunes, 8 de abril de 2013

Las alcancías del odio


En la familia, 
el recuerdo de los buenos momentos se disipa,
y se guardan en huchas de barro
los agravios y el rencor.
Las alcancías del odio terminan siempre por abrirse 
o romperse,
para que los fantasmas liberados
oculten las causas del fracaso inevitable.

[Me ha resultado imposible negociar con mi grupo de haikús, la peña se ha negado a aprovechar el material que les llevé para elaborar un haikú decente.  Y me he tenido que refugiar en el versolibrismo irresponsable.¡La culpa la tienen Juan Ramón y las vanguardias!]

domingo, 7 de abril de 2013

Haikú o haikú y medio

En las familias, los miembros tienen una hucha de barro dónde han ido guardando los agravios y el rencor, mientras que el recuerdo de los buenos momentos se disipa, las alcancías del odio siempre terminan por abrirse o romperse para que los fantasmas liberados oculten las causas del inevitable fracaso.

(Esto terminará como haikú, o como haikú y medio, en cuanto lo lleve a mi taller de poesía y lo trabajemos con la peña unas sesiones). Como aforismo de limpia sabiduría también puede funcionar.

miércoles, 3 de abril de 2013

Banal catolicismo

Tribuna a la espera de los eventos del día
AL pueblo llano la bondad se le supone. Goza de una cierta bula de irresponsabilidad, como el rey. Su tendencia natural es a ser bueno. Si alguna vez se equivoca, es porque lo engañan, porque alguien lo toma por tonto y se aprovecha de él. El partido menos votado en unas elecciones, pensando ya en las siguientes, la noche del escrutinio se traga las ganas de insultar al buen pueblo y sólo habla de manipulación. Que es la forma que tiene el perdedor de llamar "tontos del culo" a los que no lo votaron. Los enfadados porque durante la semana pasada no han podido salir a una calle resbaladiza, llena de ruido, de olor a "pescaíto" frito y de imágenes -alguna con hechuras de Todo a Cien-, suelen culpar a los curas encasullados que, tras los pasos, hacen de coche escoba de las migajas de "la piedad popular", a los políticos conservadores que después de tanto teatro de calle guay potencian las rancias procesiones y las hacen pasar por el chiquero de las tribunas en las que escenifican su excelencia. Los hay que se asustan por las maniobras militares de algunas procesiones: rifles que vuelan, soldados que van de un lado a otro proclamando que son novios de la muerte, jefes uniformados que caminan detrás de los pasos, luciendo sus medallas conseguidas en acciones humanitarias en el extranjero, donde reparten balas y bombones. Pero pocos responsabilizan al buen pueblo que lleva los pasos ni a los capataces que lo mandan y que, cristianamente, gritan a los costaleros, en las calles estrechas, "que se aparten ellos", refiriéndose al público en general que va a sus quehaceres. Los contrariados por la ocupación de los espacios públicos evocan los viejos fantasmas del nacional-catolicismo, y, perezosos, prefieren no ver la novedad de este sofocante banal-catolicismo. De este paganismo de clase media que ha arrebatado a los señoritos, a los políticos, a los curas y al ejército -hoy meros comparsas de la fiesta- el protagonismo y que impone su religión del disfrute oficiada por elásticos cuerpos juveniles, presentes, también, en procesiones, botellones y jornadas papales. Una clase media que ha impuesto su montaje de los viejos ritos y que, por ahora, acepta procesionar por la carrera oficial pero que, llegado el Dies Irae, arruinada por sus incómodos comparsas de pasarela, la abandonará para hacer estación de penitencia dentro de las catedrales del poder: en bancos, parlamentos y cuarteles.

¡Vamos a hacer flashback, de orden del señor alcalde!


En el próximo número de la revista científica "Naturalmente", se describe un nuevo síndrome que afecta a la memoria de ciertos enfermos, los investigadores lo llaman "Síndrome del flashback indolente", o "Síndrome de Feijóo", y consiste en la imposibilidad de recordar hechos del pasado, conocidos por los contemporáneos del enfermo, y que éste, por diversas causas, sólo actualiza de un modo borroso e impreciso o, simplemente, no consigue actualizarlos. A estos enfermos, en las sesiones de terapia, según recomiendan los descubridores de la enfermedad, hay que hacerles comprender que el pasado compartido socialmente actúa de esta manera sobre nuestra realidad. Y que siempre hay alguien que te sitúa en donde nunca debiste de estar, a día de hoy. También conviene recordar a estos pacientes que no son actores únicos del pasado y que, según los teólogos, ni siquiera Dios, puede modificarlo. Sólo cuando unos es actor único, existe la posibilidad de bichear algo.

lunes, 1 de abril de 2013

La siguen los hombres y los perros...




Esta chica, ensimismada y solitaria, que acaricia un perro me gusta más que los que desfilan y se paran y echan a andar cuando se les ordena. El siglo XX nos vacunó a muchos del deseo de congregarnos y buscar amparo en grupos compactos preparados para la defensa y el ataque. De hecho, la mayor parte de las reuniones masivas del pasado siglo concluyeron con el exterminio de millones de personas: el partido nazi desfilando ante su líder, “como un solo hombre”, las paradas militares de la Plaza Roja, el millón de personas que vitoreaban a Franco en la Plaza de Oriente, Camboya, Pekin, Hiroshima… No, no siempre la reunión masiva de gente ha traído paz y armonía. Por eso esta muchacha que a la vera del río derrocha ternura con un animal, ajena a su propia belleza y a los efectos que esta produce en los transeúntes, resulta relajante. Tranquilizadora. Sólo unos minutos más tarde de que el fotógrafo la sorprendiera, tuvo que levantarse para dejar pasar a un grupo que trasportaba la imagen de un hombre muerto clavado en una cruz. Ella se alzó, benignamente de humildad vestida, como Beatriz, la amada de Dante, para regresar a su taller de pintura en el Albaicín. Ni siquiera se volvió a mirar al capataz del grupo que la había expulsado de su entretenimiento, cuando éste a voces les explicaba a los costaleros que “ella era la que se tenía que apartar”. Tuvo que pasar delante de la Casa de Castril, donde un inocente paje, emparedado por los celos de un padre inclemente, lleva siglos esperando justicia del cielo, sin alcanzarla. Ella, que ha recibido del cielo la belleza sin solicitarla, procesiona indiferente por la ribera del Darro como si no supiese , lo dijo Gil de Biedma, “que la siguen los hombres y los perros, los dioses y los ángeles, y los arcángeles, los tronos, las abominaciones...”.