DESDE los 18 años, Pánfilo -que no es nada mío, ni mi álter ego ni mi apócrifo, sino un simple jubilado disruptivo- no se había vuelto a mirar al espejo con tanto interés. Antes, el sexto hijo de una familia de 10 podía muy bien alcanzar la juventud sin tener una idea precisa del efecto que su físico causaba en los mayores. Después de la guerra hubo escasez de alimentos y de lisonjas. Pánfilo se enteró de que no era feo a los 18 años cuando su tía le depiló el entrecejo en su cumpleaños y le dijo, sin entrar en detalles, que no estaba mal. Ese día se pasó una hora inspeccionándose en el espejo: tenía buena planta, pero ni la depilación había conseguido borrar de su cara un cierto aire de ferocidad. Cuando volvió la cabeza aquella tarde en el paseo, ofreciendo su perfil tosco a la mirada de unas chicas que lo venían siguiendo, y que deseaban confirmar que la cara se correspondía con la vistosa simetría de sus omóplatos, oyó una expresión, que de haberse inventado ya lo de los traumas, sería de las que te producen uno insuperable: "¡Qué feto!", le espetó una de ellas. El comentario lo devolvió al gueto de la fealdad.
Hasta 1985, con 42 años, no volvió a mirarse seriamente al espejo y si lo hizo fue para buscar una explicación al hecho insólito de que algunas mujeres de Marrakech lo miraran descaradamente en la plaza de la Jamaa el Fna. Como el bloguero que ha recibido un comentario laudatorio de un amigo y lee una y otra vez la entrada que mereció el elogio para recrearse en su improbable excelencia, Pánfilo leyó una y otra vez su aspecto en el espejo de la habitación del hotel para acabar admitiendo que, si no fuera por la barriguilla, la figura que le devolvía el espejo era mucho mejor que la de los 18 años y sobre todo más confortable. Nunca averiguó por qué se había convertido en el oscuro objeto del deseo de aquellas mujeres marroquíes. Porque el espejo seguía, pese a todo, diciéndole que no era para tanto.
Ya jubilado, Pánfilo sí supo interpretar por qué lo miraban con un deseo mal disimulado las hermosísimas chicas que se cruzaban con él por el Paseo del Salón, empujando sillas de ruedas. Supuso que las tremendas mujeres emigrantes que empujaban la silla de un anciano dependiente, al verlo a él, mayor pero de andar enhiesto y disparado, se dirían en su interior: "¡quién tuviera un viejo así, con una automoción tan solvente!". Pánfilo que tenía la sensación de haberse vuelto transparente para las mujeres, se ve otra vez en el mercado e imagina que se ha convertido de nuevo en el obtuso objeto del deseo de algunas damas.
miércoles, 30 de marzo de 2011
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No sé porqué el espejo nunca nos refleja a nosotros mismos como nos ven los demás. ¿Qué vemos en nosotros que los ajenos no aprecian? Luego cuando te ves en fotos lejanas en el tiempo no dejas de asombrarte de lo guapa que podías ser, o lo alegre, o que estabas realmente delgada y bien... cuando nunca te habías reconocido así ante un espejo. En fin, que el espejo nos engaña a nosotros mismos como enfermos de anorexia, sacándonos los complejos y el peso de la vida inexistente para los demás. Dile a Pánfilo que se divierta y se regocije en sus paseos primaverales.
ResponderEliminarPánfilo pasa por un subidón de autoestima. Me ha contado que una amiga que ha leído este post le ha pedido en un email que no se minusvalore porque, le dice: "estoy segura que las hermosuras que pasean a sus abuelitos por el Salón, saben apreciar la donosura de un caballero apuesto como tú". Gracias, Ana María, me alegro mucho de volverte ver por aquí. Un saludo cariñoso.
ResponderEliminarUn día que pueda me iré a sentarme plácidamente a el Salón a ver si descubro a Pánfilo.
ResponderEliminarEsta mañana lo he visto pasar por el kiosko de la música, acababa de comprar el pan en una panadería cercana que lo tiene de Alfacar. Dice que va mucho a esta tienda porque el pan es muy bueno pero yo me he enterado de que la panadera es muy guapa y cariñosa. Le da un trato muy asistencial. Las mujeres de los pueblos todavía conservan la costumbre de asistir a los ancianos. Pánfilo se aprovecha de la buena masa de que está hecha la panadera. Un abrazo.
ResponderEliminarAcabo de ver como una paloma macho perseguía a una hembra que se hacía la interesante. Cuando el macho ha desistido (pobre tonto) la hembra se ha dirigido hacia él y ha vuelto a comenzar el juego huyendo ella de él.
ResponderEliminarLa mirada femenina nos marca un camino que nosotros creemos elegir por otras causas más racionales y de más peso (pobres tontos).
Gracias y saludos.
Ayer en una comida una mujer que había sido extremadamente hermosa confesó ante la concurrencia que de joven le gustaban los chicos feos. Ahora, con la mirada de la mujer madura, le gustan los guapos. Misterios que Punset y el obispo Munilla tratan de desentrañar todos los días en La 2 y Radio María. Nosotros, los no iniciados, como tú dices, Trasindependiente, elegimos racionalmente los caminos que los astros y sus sacerdotisas han delineado para nosotros. Habría que no morirse hasta que lo entendiésemos. Gracias.
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