A las monjas se las ve tan bien adaptadas al territorio como a los otrora poetas revolucionarios. Igual que ellos, siguen subidas al púlpito de las grandes palabras, como si aquí no hubiera pasado nada. Una religiosa te vende por la calle una papeleta de una rifa. Está recabando dinero en nombre de unas siglas misteriosas, JMJ2011, que tienen que ver con el encuentro de los jóvenes con el Papa. Le compras una, para librarte de ella y porque no estás en contra de que los jóvenes se reúnan para sus cosas bajo cualquier pretexto. También le has dado esta mañana 2,20 euros a un chico bien vestido, que llevaba en la mano la funda de un portátil, posiblemente, rellena de periódicos. Te los pidió para sacar un billete de autobús y se los das porque te ha cogido en ese momento blando en el que hasta el individualista más blindado suelta unos euros para sentirse dentro del campo de juego. Te insta la madre a que le compres más papeletas y tú le dices que para lo poco que pecas ya, 1 euro es suficiente.
No le gusta tu comentario y te suelta -antes de explicarte que hasta el más justo incurre a diario en no sé cuántos pecados a los ojos de Dios- aquello de que "con la iglesia hemos dado, Sancho", versión pía del laico "usted no sabe con quién está hablando". Luego se humaniza y confiesa que, cuando las hermanas se ponen pesadas en el convento, para no estrangularlas, tiene que rezar tres avemarías o tomarse un valium. Le compras tres papeletas más, divertido porque haya equiparado oración y valium, y te despides rápido para no llegar tarde a la presentación en la Fundación Euroárabe del libro Un invierno propiode García Montero. Una de las cosas que propone el libro, habitado también por grandes palabras, es un buen arreglo -de "decencia democrática"- en el que cada uno pueda disfrutar de lo conseguido sin escrúpulos de conciencia.
El poeta no se resigna a residir en la franja gris de la vida, sin hazañas ni recetas. Habla de ética y del valor salvífico de la poesía. Incluso dedica un poema al norte de África, porque él tiene siempre, me pareció entender, la ropa de la revolución enrollada a los pies de su cama para abrigarse en el invierno propio o, quizá, para acudir a los conflictos enfundado en ella. Ha cambiado la poesía-Kalashnikov-cargada-de-futuro de su juventud por unas mantas. El acto termina con besamanos. A la salida, compro el libro (20 euros) por si necesita dinero para llevar a los rebeldes libios mantas o valium. Ya en casa, echo cuentas: abandonar hoy durante un rato la franja gris en la que vivo sólo me ha costado 26,20 euros.
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