domingo, 6 de marzo de 2011

La insumisión de los objetos

Los objetos, las cosas, practican con nosotros una insumisión mucho más tenaz que las personas. Te levantas y no te funciona nada: sale sólo la mitad del café de la cafetera, la radio se resiste a dar una buena noticia, las manchas rebeldes no abandonan sus posiciones en tu chaqueta pese al ataque químico de los espráis,  has borrado todos los correos de la bandeja de entrada, pensando que eran spam...En la calle, también puedes encontrar a un vendedor de almendras que no entienda que lo hayas elegido ese día para regalarle el don de tu simpatía personal y que salta cuando intentas instalarte en su perímetro corporal de seguridad,  y que te rechaza, con malos modos, cuando le preguntas por el precio del cucurucho y le cuentas que tú, hijo de la escasez, regateas cada almendra. Seco, contesta: "los chicos, a 1,5 € y a 2 €, los grandes". Entre dientes masculla: "este tío se quiere cachondear de mí", y te mira con un rencor que -piensas- no te pertenece del todo y que tendría que repartir con la humanidad entera, pero que tú has activado con tu populismo altanero. Pero, al contrario que los objetos rebeldes, a los que les importa muy poco el enfado paroxístico que te han producido y menos, los golpes e insultos que les has dedicado, en la misma calle, en el mismo paseo donde has fracasado, tus encantos tardarán poco en ser apreciados por otras personas: por tu panadera, por el camarero malhumorado del chiringuito de la playa que siente debilidad por ti o por tu quiosquero, con el que conectas perfectamente, sólo con pronunciar mal el nombre de todos los artistas americanos de las películas del oeste de hace 50 años. A lo que no te has atrevido es a volver a pasar cerca del vendedor de almendras, por si sigue terne.

1 comentario:

  1. Deberías volver al lugar del crimen almendrero y espetarle al hombre: "Alan Lá (Alan Ladd), Yon Vaine (John Wayne)..." seguro que encontrabas más empatía.

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