lunes, 14 de marzo de 2011

Flecha de santidad, venablo de Cupido

Penteo y la ménades
Las ménades eran unas mujeres que, en las fiestas de Baco, se emborrachaban y vagaban por los campos y, según cuentan, saciaban su hambre con la carne cruda de los animales que cazaban. También se dice que, molestas con Orfeo porque después de perder a Eurdice no miraba a ninguna mujer, estando bebidas, lo sacrificaron y se lo comieron. Las chicas de mi pueblo no llegaron a tanto, gracias, desde luego, a que pude evitarlo. A finales de los 50, pese a las facilidades de que disfrutaba la Iglesia Católica en España para limpiar, fijar y dar esplendor a sus doctrinas –gracias a que Franco, un meapilas de libro, un santurrón sin piedad, le consentía todo-, parece que se sintió la necesidad de darle una capa de religiosidad al descreído muro descascarillado de la fe nacional y se habilitaron unos land-rovers con altavoces y altaritos portátiles para la misión. El land-rover era un todoterreno perfectamente preparado para desplazarse por los pedregales de la irreligiosidad. Subía a los barrios más empinados, a las calles más agrestes y allí, se abrían sus puertas de atrás de las que salía disparado, flecha de santidad, arpón de Cupido, un jesuita dispuesto a enjalbegar la fachada de la tibieza religiosa de los lugareños. Aunque he leído que a los hombres el deseo se les activa por los ojos y a las mujeres por los oídos, el que el padre Barberá, el misionero que cubrió mi zona, fuera guapo no supuso ningún obstáculo para que las jóvenes de mi aldea se vieran arrebatadas por un encendimiento al que la gente –lo tengo yo hablado con ellos- no dudo en tildar de “calentura”. Duró la expedición tres días. El último de ellos por la tarde, un grupo de muchachas cercó la casa parroquial exigiendo del párroco que les entregara al predicador. Gracias a que me encontraba en la casa y le ayudé a saltar las bardas del corral y a huir por la contigua era de Frasco, pudo salvarse. Si no, las ménades enfervorizadas, le aplican a aquel célibe inabordable el tratamiento que sus predecesoras griegas dieron a Orfeo.

3 comentarios:

  1. Rectificación, como le sucede a todos los que escriben sus memorias, me he apropiado de sucesos en los que yo no tomé parte. Fue un hermano mío, Emilio, creo, el que libró al jesuita del acoso de las ménades. Conviene dejar constancia aquí de la usurpación.

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  2. ¡Perdón! ¿Dónde quedaron las mercedarias y el valium?
    ¿Te han censurado? ¿Te has censurado?

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  3. Que no, Ana María, que no me han censurado, toda esa quincalla la podrás encontrar en esta dirección:
    http://lacomunidad.elpais.com/panfilo/2011/3/13/mantas-o-valium
    Un saludo cariñoso.

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