viernes, 24 de diciembre de 2010
Las rastrilleras apuestan por una infelicidad sostenible
En esta fiestas tan entrañables se ejerce una presión excesiva sobre los que suponemos infelices, para que dejen de serlo. No estoy muy convencido de que siendo todos felices, nos encontremos bien o seamos dichosos. ¿Y las señoras que venden yemas "revenías" de la monjitas en los rastrillos de caridad? Les vamos a quitar sus yemas y la sensación de bondad que las inunda por cada yema que expelen? ¡Rastrilleras del mundo uníos, que no os quiten vuetros rastrillos! !Contra una Ley Sinde para la erradicación de la indigencia! Mientras que haya una yema que vender debe de haber un menesteroso infeliz que justifique su venta. Pero como toda obra humana, los rastrillos admiten mejoras. Se les administre a las señoras que los atienden una pildora de amargor, porque tanta miel en sus dulces y tanta melosidad en sus caras, pueden provocar vómitos en los estómagos más acostumbrados a estas turbulencias místico-sentimentales. "Con un poco de acíbar que os den, benéficas rastrilleras, pasará mejor la vomitiva píldora de bondad que nos administráis"
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Cómo fracasar en la vida, en las mejores condiciones
En la Biblioteca Pública de Granada todo tiene esta tarde un aire tranquilizador, de normalidad. Aunque no hay que fiarse: el 23 de febrero de 1981, me recorrí por la noche los cuarteles de la ciudad y tampoco percibí ninguna novedad. Desde la proclamación del Estado de Alarma voy a los edificios públicos esperando encontrar una pareja de funcionarios de alguno de los aparatos coercitivos del Estado, como los que acampan en la torre de control de Barajas, pero en estas altas luminarias de la cultura que son las bibliotecas públicas, te sigues encontrando, felizmente, a los de siempre: a un 43% de jóvenes estudiantes, a un 13% de emigrantes de varia procedencia, sobre todo en los puestos de internet, y lo que queda, hasta el cien por cien, de jubilados en estado de revista, repasando los periódicos y a un número oscilante de indigentes, que pasan la tarde durmiendo la siesta, arropados por la prudentísima calefacción del local y leyendo libros de autoayuda (el de moda entre este sector de la población lectora se titula “Cómo fracasar en la vida, en las mejores condiciones”). Sin embargo, el noble anciano que se sienta a mi lado en la mesa de lectura, con apariencia de haber conocido tiempos mejores, toma notas de un libro sobre el II Congreso de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en 1937. Se encuentra tan enfrascado en el estudio de los documentos que no se da cuenta de que estoy echándole el ojo a sus notas. No tengo ni idea de por qué le ha llamado la atención que María Teresa León propusiera en la sesión de apertura que los allí presentes nombrarán presidente de honor de un Congreso de escritores a un militar, el “glorioso General Miaja, defensor de Madrid”. Quizá el hombre teme que si el gobierno sigue resolviendo problemas civiles con leyes de excepción, las bibliotecas pasen a Defensa y Chacón ponga las direcciones en manos de sargentos rigoristas opuestos al dormitar de los vagabundos en sede bibliotecaria. Sea como sea, mi compañero de mesa ha reflejado la propuesta y el “clamoroso sí escuchado en toda las sala”. También ha anotado estas otras palabras de la intervención de María Teresa: "camaradas, vosotros venís de países donde aun se puede coser a la luz de la paz”. El último apunte que mi compañero ha tomado antes de dejar el libro en su estantería y depositar las cuartillas con sus notas en algún recoveco del carrito en el que transporta sus cosas, está sacado, por lo que alcanzo a leer, de la intervención en el Congreso del escritor soviético Mijail Kolztov. “Uno de nuestros escritores, Soblef, ha dicho que la Unión Soviética da al escritor todo lo que pueda desear, menos una cosa: el derecho a escribir mal”. Me levanté para coger el libro y “contextualizar” los pecios de escritura que había rescatado de las cuartillas de mi compañero, pero los funcionarios, todavía civiles, comenzaron en ese momento a apagar las luces de las salas y a pedirnos que saliéramos. Lo dejé para otro día.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Estado de Alarma Ciudadana
"El mal no tiene remedio cuando los vicios
se han convertido en costumbre"
Cuando Séneca escribió lo de más arriba desconocía los efectos paliativos de los Estados de Alarma usados con discreción por los ciudadanos en el tratamiento del mal. Casos en los que “la ciudadanía” podrían declarar el Estado de Alarma Ciudadana y relajar al brazo seglar a los responsables de los hechos que se detallan (no exhaustivamente), cuando estos sean funcionarios del Estado, políticos en ejercicio, personajes públicos, o líderes de opinión:
1. Cada vez que un político introduzca en su discurso la palabra “sinceramente” o/y "ilusionante".
2. Cada vez que un político solicite para un miembro de su partido la protección de la “presunción de inocencia”, habiéndosela negado previamente a un adversario.
3. Cada vez que alguien intervenga en una asamblea, en la que hay mujeres y en la que ninguna de ellas ha pedido la palabra porque no quiere intervenir, quejándose de que las mujeres están discriminadas.
4. En todas las ocasiones en las que un poderoso haya empleado su poder para enriquecerse.
5. Cada vez que desde una concejalía, desde la presidencia de cualquier observatorio desde el que observar, sin ser observado, o desde cualquier sede de poder o influencia se repartan regalías y beneficios a parientes y amigos.
6. Siempre que se incite por misioneros culturales pagados por las diputaciones a ciudadanos, recién salidos de la oralidad, asistentes a talleres literarios, a escribir sonetos o dramas sin haberles dotado antes del conocimiento del canon literario y de sus reglas.
7. Cada vez que un político papagayo recite la opinión insostenible de su partido sobre algún acontecimiento haciendo uso de una prosodia acelerada, como de letra pequeña, copiada de los anuncios televisivos de medicamentos, cuando la voz en off se dispara y dice: “lea las instrucciones de este medicamento y consulte a su farmacéutico”.
8. Cada vez que un político corrupto predique que hay que educar “en valores” a nuestros hijos.
9. Si llegásemos a conocer que responsables públicos que cobran dos sueldos o, simplemente, que cobran algo más del salario mínimo, afirman que están en política “por vocación de servicio”.
10. Cada vez que un columnista de opinión o un tertuliano padezca el “síndrome del tribuno” y se dedique a decirle a unos y a otros que están equivocados y cómo deben de actuar.
En todos estos casos, se les abrirá expediente a los imputados, se les suspenderá de empleo y de dos de sus sueldos, y sobre todo se procederá a “ciudadanizarlos”, es decir, a privarlos de todos los privilegios negados a los ciudadanos menos avispados, que somos la inmensa mayoría. Pasarían a ser los últimos de la fila. O pasaríamos, si es que se mete mano también a los blogueros.
viernes, 10 de diciembre de 2010
Bonsáis gigantes
El tema de esta entrada me obliga a confesar de inicio que no siento un amor especial por los árboles, ni por los animales, “a nivel persona”. Por tanto, si traigo aquí el ejemplo de los bonsáis gigantes es como mera metáfora de las formas de poda y control que los seres humanos -mucho más interesantes para mí que toda la flora y la fauna del mundo- ejercen sobre otros seres humanos. En tiempos, y para contrarrestar los efectos narcóticos sobre mi inconsciente de la propaganda capitalista de la revista estadounidense “Selecciones del Reader’s Digest”, di en comprarme “Literatura Soviética”, publicada en el Este. Anulé la suscripción al año. Hirieron mi sensibilidad estos versos del poema “Lenin”, de Gulrukhsor Safieva ( Tayikistán, 1947): “Oh, Lenin, tú dejaste al viejo mundo un hombre y una vida que son nuevos”. Se me atragantó lo de “Oh, tú Lenin”.
Tampoco me emocionó –y yo entonces pensaba que la poesía debe emocionar- otro poema de Rasul Rzá, en el que una torre petrolera vieja instaba a su vecina más joven a resistir “modesta y valiente” el embate más duro de la tormenta. Si paso de animales y plantas, ya se pueden imaginar lo poco que me conmueve el paternalismo pedagógico de una torre petrolera. Rasul Rzá, llegó a ser Presidente de la Unión de Escritores de Azerbaiyán, un bonsái gigante, como el olivo de la foto, y sobrevivió a todas las operaciones de poda, trasplante, alambrado y pinzado de Stalin. A otro bonsái de su misma generación, el poeta Mikayil Mushfig, Stalin no lo dejó crecer tanto, pese a que en su obra glorificaba el trabajo de los obreros y de los campesinos al mismo tiempo que celebraba la construcción de fábricas en su ciudad y otras poblaciones. Fue fusilado, en una de las purgas de los años 30, por escribir un poema en el que se manifestaba en contra de la prohibición estatal de tocar el tar, el instrumento nacional azerbaiyano. No le sirvió de nada el haber sometido su inspiración a las podas, trasplantes, alambrados y pinzados stalinistas. Y menos, el que años después de su condena, el propio régimen soviético limpiara su memoria.
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Lenin en plan Padre Manjón |
miércoles, 8 de diciembre de 2010
WikiLeaks, la caída del muro de los secretos
"Mírame a los ojos, corazón"
La caída del muro de Berlín dejó a los dualistas, a los comodones apuntados a eso del Bien y del Mal, algo desestabilizados. Todo el mal en el Este, todo el bien en el Oeste. Todavía hay publicaciones y emisoras que le echan la culpa de todo al comunismo, aunque los comunistas no aparezcan por ningún lado. Con el muro separando al “mundo libre” de los países del “socialismo real” hasta los espías eran más respetables y, desde luego, necesarios. No había más remedio que disponer de un batallón de espías que pudieran informarnos de las múltiples operaciones en marcha para acabar con la libertad y la democracia tan costosamente rescatada de las garras de Hitler. Había que desactivar las asechanzas, interceptar los misiles que podrían en cualquier momento volar hacia Washington. El cine lo había explicado bien en muchas películas. Pero cayó el muro y hubo que inventarse unos nuevos malos. No fue fácil, hasta que Al Qaeda destruyó las Torres Gemelas el 11 de setiembre de 2001. La catástrofe puso en circulación el nuevo enemigo, el fundamentalismo islámico, acaudillado por Osama Bin Laden (antiguo agente de la CIA, según algunos), al que se busca desde entonces sin ánimo de encontrarlo. De nuevo los espías son necesarios. Pero como Bin Laden puede estar escondido en cualquier parte, hasta en los servicios de señoras del Ministerio de Asuntos Exteriores, necesitamos más espías en acción. Se supone que las verdades que los espías les cuentan a sus jefes son muy importantes y además, secretas. Pero llega el Internet, que fue ideado por los militares para tener a los malos bien controlados y, olvidándose de sus orígenes, pone en circulación montañas de los secretos celosamente guardados por la Inteligencia de los países. Y asistimos a una nueva caída del muro de Berlín. Se ha derrumbado el muro de los secretos. Pero detrás del muro no hemos encontrado ni al jefe de Al Qaeda ni las bárbaras, terribles, crueles verdades que esperábamos. Algo amenazante sí nos ha sido revelado por Wikileaks: José Blanco, el ministro de Fomento de España, no mira nunca a los ojos de sus interlocutores. Por mucho menos se extinguieron los dinosaurios.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Un peligroso aire de normalidad
Normalidad anodina
Poco antes de que se desate la violencia extrema, la que lleva al fuego y a la muerte, todo tiene un aspecto de normalidad anodina. Unas personas toman el café en un restaurante del centro de Madrid después de comer. No parece que ninguno de ellos esté contando ese chiste que suele acompañar en este tipo de comidas los movimientos de las cucharillas que agitan el azúcar de la taza. Están serios pero relajados. Un viandante que pasa por la acera de camino a la farmacia cree reconocer a uno de los comensales de haberlo visto la noche anterior en Barajas, protegido por la policía a las puertas de un ascensor. El viandante tuvo que volverse a casa desde el aeropuerto con el hijo enfermo, porque su vuelo a Pamplona había sido cancelado. Llevaban en lista de espera de la clínica navarra seis meses, al fin iban a operar al muchacho en una intervención que, de salir bien, le salvaría la vida. Ahora lo tenía en casa, con un dolor insoportable, esperando una nueva cita. Después de comprar un medicamento para calmar el dolor del enfermo, el hombre volvió a pasar por delante del restaurante para cerciorarse de que uno de los comensales era el controlador aéreo de Barajas al que la policía protegía de los insultos de los viajeros. No se acababa de creer que estuviese allí tan tranquilo, sin miedo, ajeno a las reacciones de dolor y de furia que su presencia podría provocar de ser reconocido por alguno de los afectados por la huelga de los controladores. En la comisaría, el viandante declara que comenzó a llamarle asesino, a voces. Los policías le informan de que sus voces atrajeron a bastante gente y que, como siempre, alguien llevaba en la mochila una piedra, un mechero, y, providencialmente, una botella con alcohol o gasolina. Y rabia por esto y por aquello. De los que piensan que es demasiado. De esos que consideran blanda a la Justicia y que llevan esperando la ocasión de prenderle fuego a algo y colgar a alguien de una farola. Se lo pide el cuerpo. Éste fue el que arrojó la primera piedra y el cóctel molotov sobre el toldo del restaurante. El policía que interroga al viandante que había dejado a su hijo en casa acosado por un dolor insufrible, le alarga un diario en el que se cuenta con detalle cómo ardió el restaurante y el número de víctimas que el fuego y las piedras habían provocado. El controlador y sus colegas aparecen en la lista.
"Controla, que yo también sé mirar"
Espacio aéreo
Siempre hay alguien que considera que lo suyo es lo más importante, que sus exigencias han de saltarse la fila y colocarse las primeras. Lo normal es conformarse con pasar por delante de todo el mundo en la cola del centro de salud o con desplazar a un niño con el carrito de la compra lleno, en el mercachuflas o con escupir en la calle o con tirar la colilla encendida por la ventanilla del coche. También consuela bastante mirar al guardia de seguridad a los ojos con arrogancia y espetarle, "¡Controla, segurata, no me mires así, que yo también sé mirar!". En la Transición nos tragamos a los borbones, a la bandera, sepultamos los deseo de venganza, pero ETA, por ejemplo, entendió que la Constitución y la magra democracia conseguida y/o otorgada, eran paparruchas y siguió en el monte, ayudando objetivamente a los que no querían ni siquiera esa democracia endeble. Porque lo suyo era lo más importante. Los banqueros, ahora, también han conseguido que lo suyo sea lo más importante. Y pese a lo conseguido de los estados, están en huelga de préstamos. Los controladores aéreos, incapaces de controlar sus propios apetitos, han logrado paralizar en un puente festivo, la única fuente de ingresos segura que tiene este país, el turismo, sin importarles las consecuencias, incluso para la propia aviación comercial. Porque lo suyo es lo más importante, cuando se está al borde de la bancarrota. Algo parecido sucedió en el 36, los privilegiados, la Iglesia, los terratenientes, los empresarios, no accedieron a perder ninguno de sus privilegios, consideraron que lo suyo era lo más importante. Y así nos fue.
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