Granada de doodle
Google, el buscador de Internet, ha dedicado en menos de un mes dos dibujos de su cabecera a Granada. Pese al esfuerzo de las Cofradías, la clonación de las vírgenes no ha sido tenida en cuenta por el buscador, aunque gracias a esta quintilla plúmbea de Miguel Ángel Maturana el acarreo de la Magna no caerá en el olvido: “Granada ya no es sultana, / que es entera cofradía. / Un arcarde [sic] con sotana / conduce una caravana / de Vírgenes por Gran Vía”. Los dos ‘doodles’ de Google -que es como se llaman esos dibujos que aparecen sobre la caja de búsqueda-, son preciosos, uno representa a un caballista con una muchacha a la grupa, galopando por una alameda y, el otro, es un dibujo naif de la Alhambra, vista desde el mirador Obama. El caballista debe de ser el gitano de La Casada infiel de Lorca. Ese poema tan sicalíptico, oído en la radio recitado por alguna solemne rapsoda con hábitos declamatorios engolados, como de dramón del XIX, nos impresionaba mucho a los niños. Tanto como cuando por la mañana en la escuela nos enterábamos que El Rajuñas se había llevado a la novia. La sexualidad se tocaba poco en las clases de los 50, lo más que don Maximiliano, el maestro, llegó a enseñarnos de reproducción, lo sacó de una noticia del Ideal que hablaba de la fecundación de los estigmas en los maíces híbridos. No se atrevió con el reino animal. Lo otro lo tuvimos que aprender en la vaquería del pueblo, que es donde, en presencia de los miembros de la comunidad escolar interesados en el asunto, un toro traído del cortijo de los Plateros –los sementales extranjeros siempre han tenido entre nosotros más prestigio que los locales- cubría a las sufridas vacas nativas, con la colaboración de un mamporrero. En los años mozos uno le da mucha importancia, si se trata de raptos, a los aspectos sexuales, hoy sabemos que esa costumbre se debía más a la falta de dinero para los gastos de la boda que a urgencias eróticas. Las novias solían achacar la huida, que con frecuencia no llegaba más allá de la Pensión de La Virgen, a un embarazo incoercible, pero, en ocasiones, la chica no estaba preñada y quedaba al descubierto que el viaje había sido una mera disculpa para no organizar el banquete. Mi tía María hablaba entonces del parto de los montes, concepto que no he comprendido muy bien hasta lo del metro de Granada, que circulará fantasmal, si es que se termina, parando en estaciones sin viajeros y transportando vagones de frustración, tras costosos años de inútil embarazo.
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