miércoles, 5 de junio de 2013

El imperio de los sentidos

El bizcocho del abuelo
A los adolescentes no les gusta tener ninguno de los cinco sentidos en standby. A la chica que acaba de pasar delante de mi ventana no le queda ninguno por activar. Con la mano izquierda sostiene un cigarro, con la derecha, un helado; cuando se coloca el cigarro en la comisura de los labios, la mano izquierda reposa, sin vaivén ni intención, sobre una zona sensible del chico que la lleva como paquete en su escúter. Va sin casco, el aire mueve, esparce y desordena su cabello dejando ver los auriculares de su ipod. Mira extasiada los rosales que jalonan la carretera y le grita a su amigo: "¡tío, cómo huelen!". Van a la casa del chico a estudiar. Ella le cuenta al día siguiente en clase a su amiga que nada más llegar se abrieron unos huevos kínder, los llenaron de leche condensada y se los zamparon. Cogieron de la nevera un bombón helado lo pusieron en un cuenco con leche, la migaron con los trozos que quedaban de un bizcocho que había hecho el abuelo y se dispusieron a engullir la bomba calórica viendo The Big Bang Theory en la tele. Después de estudiar 'Cono' durante diez minutos, se pusieron a probarse ropa, a ensayar bailes y a tatuarse con el rotu un corazón, él, en el bíceps y, ella, en un hueso que tenemos en la cadera. En el espejo del armario fabricado por el bisabuelo del chico con sus propias manos, como parte de su ajuar, con la madera de un nogal de su huerto, comprueban como les quedan los pelos, él, a lo Sergio Ramos, y, a ella, con rastas y con parte del cuero cabelludo afeitado. Todo lo hacen muy deprisa, y no cesan hasta que los sentidos, cansados de procesar sensaciones placenteras, se atoran. Entonces se aletargan viendo una serie que le gusta al abuelo del muchacho. En ella unas señoras que viven en un pueblecito inglés, Cranford, a mediados del XIX, se reparten las dos últimas naranjas que quedan en un cesto. Una le quita el papel de seda que la envuelve, donde pone que son de Valle de Lecrín, Spain, y se la come pelándola con cuchillo y tenedor. La otra, se la lleva a su dormitorio, se sienta en la cama, le hace un agujero con el dedo y chupa el zumo muy lentamente mientras que da muestras de extraordinario deleite. Es la única golosina del día, luego, sin lavarse las manos, para conservar el olor de la naranja, se duerme. Nuestra adolescente, antes de subir a la habitación de la abuela de su chico a hacerse fotos para mandárselas por whatsapp a sus amigas, comenta en voz baja: "¡qué guarra, tío!"

4 comentarios:

  1. Qué bien descrito, cuántas sensaciones las adolescentes de estos y de otros tiempos, da igual, no ha habido nada especialemente diferenciador en su fondo o escandalizable en lo recreado, al contrario, se me ha subido la juventud por momentos y me imagino en la moto. El hilado recreo de esa tarde con todos los aromas, rosas, naranjas... todos los colores, visiones y demás sentidos, pudieran notarse incluso evocadores, lo único que me aleja es el sonido de esas torpes palabras en tan pariadisiacos estados.

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  2. Sólo de lo negado canta el hombre...Tanto chocolate puede llegar a empachar, Mercedes. Gracias por tu atención y un saludo afectuoso.

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  3. ¡Qué delicia, tío!
    La adolescencia tan sensible como siempre fue; la contemporaneidad, tan detallada y pasajera como siempre es. Tus palabras, tan dulces, agrias y llenas de vida como siempre son.
    Gracias y saludos.

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  4. Deja, deja, trasindependiente. Tu me supervaloras, tío.

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