"La Libertad guiando al pueblo"
Eugène Delacroix, pintado en 1830
En los años de la transición, a muchos nos dio por hacer el bien. Teníamos -entonces la expresión no estaba tan desprestigiada como ahora- una insobornable «vocación de servicio». Es decir, le habíamos dado a nuestro egoísmo una salida positiva. Queríamos ser, allí donde nos tocó pasar aquellos años, antorcha que guiase “al pueblo” –concepto que luego hemos puesto bajo sospecha- vencido e indocto por el camino de la libertad y de la democracia. Estábamos por la alianza de las fuerzas de la cultura y del trabajo. Dedicamos muchísimo esfuerzo a que el paso de un régimen dictatorial a otro de libertades se produjese aseadamente. Nos pasamos unos meses estudiándonos reglamentos y leyes que no habíamos redactado y dándole lecciones de democracia al lucero del alba.
Teníamos una carpeta llena de instancias para solicitar manifestaciones, actos culturales, mítines, permisos para la impresión de panfletos, manifiestos, programas... Nos hicimos muy amigos de jueces y secretarios de gobiernos civiles. Predicamos en público convivencia y tolerancia, moderamos bastantes mesas redondas. Pusimos altavoces a nuestros utilitarios y convocamos por los pueblos a la gente a conferencias y asambleas. Alquilamos sedes, reunimos comités locales, informamos de lo que pasaba en nuestra zona, en comités provinciales.
Municipales de 1979
Teníamos una carpeta llena de instancias para solicitar manifestaciones, actos culturales, mítines, permisos para la impresión de panfletos, manifiestos, programas... Nos hicimos muy amigos de jueces y secretarios de gobiernos civiles. Predicamos en público convivencia y tolerancia, moderamos bastantes mesas redondas. Pusimos altavoces a nuestros utilitarios y convocamos por los pueblos a la gente a conferencias y asambleas. Alquilamos sedes, reunimos comités locales, informamos de lo que pasaba en nuestra zona, en comités provinciales.
Contratamos autobuses para desplazar a los camaradas a plazas de toros o campos de fútbol en los que viejos militantes, recién llegados del exilio, que conocían perfectamente los resortes del hablar en público, sin ser ministros de Dios o del Movimiento, conmovían a las masas con sentidas alocuciones.
Tuvimos mucho que ver en la aceptación de la bandera de los vencedores por las bases; la Monarquía nos debe, tanto al menos como a Adolfo Suárez, el no ser discutida por aquellos años.
Explicamos, en reuniones que copiaban la liturgia de las de la Adoración Nocturna, el manifiesto–programa. Se lo tomábamos a militantes que no sabían leer, ordenadamente, obligándolos a contestar a bancos de interrogantes, redactados siguiendo las más modernas técnicas pedagógicas aprendidas en Francia, que se parecían bastante a las listas de preguntas de los catecismos de los padres Astete y Ripalda.
Profesionales sin mucho brillo, gracias a la Transición, nuestra vida adquirió un sentido.
El dictador nos había arruinado, sobre todo, la estética. A otros menos afortunados, les había arrebatado o arruinado la vida. Durante muchos años soportamos los fusilamientos sin salir a la calle a protestar. Cuando obtuvimos una plaza por oposición en la Administración del Estado hubo que firmar fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. Se nos había comprado la rebeldía propia de la juventud con planes de desarrollo, estado de obras y victorias del Real Madrid en Europa.
La transición nos permitió lavarnos la cara. Nos purgamos, con abundantes dosis de miedo, de toda la sordidez y la pobreza cultural y política que habíamos soportado o de la que habíamos sido consentidores. Creímos correr peligro de muerte en algún momento.
Gafas de uno de los laboralistas asesinado en Madrid en 1977
Por infarto o por eliminación física provocada por el desbarajuste del Cambio. Comenzamos a levantar la cabeza, dignamente, después de que la Policía interrumpió, metralleta en mano, alguna reunión en la que se discutía sobre reforma o ruptura. Cada manifestación nos daba valor y nos animaba a un nuevo atrevimiento. El día que en la presidencia de un mitin colocamos a maravillosas mujeres obligadas a prostituirse para sobrevivir después de la guerra, sentimos, pese a ser fríos, un leve temblor en las entrañas.Creíamos estar sirviendo a lo que entonces llamábamos sin escrúpulos conceptuales “pueblo”, pero estábamos sirviéndonos de él. Aprendimos de su tenacidad, de su valentía, de su instinto de libertad. Pensábamos que lo teníamos detrás de nuestra antorcha ilustrada, en la marcha hacia la libertad, y éramos nosotros los que seguíamos la luz que habían encendido delante de nuestras narices con humildad franciscana, sin pretender enseñarnos nada.
Luego perdimos interés por la política. Como teníamos un buen pasar, nos refugiamos en la nueva cocina y en Borges. Desprovistos de ambición, hemos vivido todos estos años con el ego hinchado –insoportable- por lo que hicimos entonces. Ahora comenzamos a ver el privilegio que nos otorgaron aquellas gentes al dejar que rellenásemos, como amanuenses de la democracia, la montaña de papeles que la gente tiene que cumplimentar si quiere disfrutar de ciertas apariencias de libertad.
Querido camarada: (déjame que te llame así, porque lo que cuentas apunta al partido de la reconciliación nacional). Tus experiencias de aquella época me han conmovido hasta las lágrimas (como puños, que diría un sobrino mío). Yo, una señorita de familia de derechas, todo lo que sé de la democracia, de la República, de le terrible posguerra de los perdedores, lo aprendí de las mujeres y hombres, sobre todo los mayores, del P.C.E.De los retornados del exilio en Rusia, que se negaban a aprender aquella lengua tan endemoniada, decían ellos, porque pronto volvería la democracia a España, que se negaban a tener una percha para la ropa, bastaba con una alcayata -como decía Bertoldt Brecht-...Ellas y ellos me dieron una nueva vida, aunque suene a melodrama, es la verdad. Gracias por tus palabras!
ResponderEliminarMaría, la visita a la exposición "Tiempo de Transición" que se exhibe en el Centro Cultural de Caja Granada me ha provocado una fuerte subida de nostalgia. Las gafas de uno de los abogados laboralistas asesinados en el despacho de Atocha por la Extrema derecha producen una impresión muy grande. Esas gafas corrientes y su funda, presentes en la exposición, me han hecho pensar que tuvimos mucha suerte al pasar incólumes por esa segunda Universidad que nos abrió sus puertas generosamente en la Transición. En ella aprendimos cosas que no nos habían explicado en la Facultad de la calle Pontezuelas.
ResponderEliminarAcabo de publicar su artículo en el blog de la asociación. Fui alumno suyo, don Pablo, en la Bolilla de Oro. Nos seguimos acordando mucho de usted.
ResponderEliminarSalud y república.
Gracias por vuestro recuerdo y por la inserción de mi entrada en vuestro blog que voy a seguir a partir de ahora con atención y afecto.
ResponderEliminar...y luego vino Cuéntame y hasta una serie sobre vida y milagros de D. Adolfo, el probe. Bueno, más en serio ahora, querido segundo padre de mi infancia, un texto muy bonito y que sería un placer ver continuado...
ResponderEliminarPor otro lado, es posible que necesitemos, necesiteis, el paso de un par de generaciones para que, cual guisantes de Mendel o fabada de un día pa otro, se os reconozca el tremendo mérito, el valor, la imaginación, los cientos de horas entregados a las causas, casi todas perdidas a primera vista pero ganadas en el fondo de nuestro ADN ideológico y ético como hijos y alumnos vuestros que fuimos. A ti, a Victoria, a mis padres y a tantos miles y miles estoy seguro que les dedicarán libros y películas que irán más allá de la historia oficial de aquellos años. Yo, por ejemplo, escribo y me manifiesto por y para mi abuelo y mi bisabuelo, quizá mi hijo Manuel lo haga sobre el suyo y tu Alba sobre vosotros. En fin, que me estoy alargando mucho y no sé bien las normas de los blogs estos. Un beso grande. Salud y República!!
La Historia del que la escribe. La socialdemocracia, más lista de lo que piensa la derecha cutre de taxis y notarías, la redacta en las series de TVE. Sobre todo en Amar en tiempos revueltos. Donde "el pueblo llano", solidario y antifranquista, en el fondo, planta cara, tranquilamente, al falangismo beato y al militarismo brutal. Y reserva su voto, años y años, para el hombre de la cazadora de ante. Sí, quizá sea posible redactar otra historia antes del fin de la idem.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Corleone en que, quizás necesitemos, que pase mucho tiempo antes de que se reconozca el valor de todas aquellas personas que, como nuestros padres, lucharon por deshacerse de un destino que les era sombrío y por construirse, a golpe de mitin y peligrosos encuentros con las Fuerzas del Orden Público del Régimen, un futuro dulce, dejando atrás la claustrofóbica sensación de no tener futuro. El 7 de febrero de 1937, decenas de miles de malagueños huyeron de Málaga por el “Paseo de los Canadienses”, que une la capital malagueña con la costa este, y pudieron sobrevivir gracias a la ayuda del doctor canadiense Norman Bethune y de su equipo médico. Al parecer, durante los cuatro días que duró el éxodo hacia Almería, fueron atacados desde el aire por el ejército. Ahora se puede pasear por él e, incluso, hay una placa conmemorativa. Son muchas las personas que se ven sobrecogidos por la historia y recuerdan…
ResponderEliminarHermoso nombre: "Paseo de los Canadienses" y la historia de su origen
ResponderEliminar