Se necesitan más leones |
Alguien, supuestamente anarquista, ha escrito en las tapias de Las Comendadoras de Santiago un deseo imposible: “Cristianos a los leones”. Por lo menos en España donde la población se declara, mayoritariamente, cristiana. ¿Habrá pensado el redactor de la pintada cuántos leones harían falta para acabar con todos los cristianos españoles? E incluso, si su deseo se reduce a que los leones se empleen sólo con los cristianos granadinos, ¿cuántos leones se necesitarían para este menester? Seamos condescendientes y pensemos que sólo pretendía el pintor callejero que los leones acabasen con los vecinos de la calle Santiago, ¿cuántos circos tendrían que prescindir de su número selvático más impactante y dedicar los leones que salen en él a comerse a los vecinos de esa calle del Realejo? Pero si el inflamado visionario ha pensado que los leones se coman sólo a las monjas Comendadoras de Santiago que atienden el Convento, que se lo vaya quitando de la cabeza, porque tendrá que vérselas conmigo, Ursus redivivo, interponiéndome, como el gigantón de Ben Hur, entre las monjas y novicias y las fieras famélicas. Aunque sea capaz de reunir a un elenco de leones suficiente. No tendré en cuenta que las Comendadoras hayan subido la docena de magdalenas, un euro, no sé si con motivo de la Semana Santa o al calor del nombramiento del nuevo Papa. Me olvidaré de que el kilo de roscos fritos lo han puesto a 15 euros. Y de que las humildes flores de sartén cuesten más que un ramo de gladiolos. Pese a todo a estas monjas, mientras a mí me quede aliento, no me las come un león desubicado, porque mientras que sigan haciendo las empanadillas de batata o de cabello de ángel y los borrachillos, confeccionados con una receta de una religiosa de la Alpujarra que la recibió en herencia de su tía María, ellas son tan sagradas como las fallas valencianas indultada por la presión de la comunidad hinduista local que no veía bien que ardieran sus deidades.