DESDE que el accidente cerebral del alcalde despertó los apetitos de los Pérez, Cuenca, Chema, García Montero, etc., los aspirantes a sucederle parecen ausentes, ensimismados, como si se hubieran olvidado de nosotros, salvo las malintencionadas cursilerías que el portavoz de la Diputación dispara contra sus adversarios; convencido, acaso, de que los votos le iluminan el estro, lo coronan Petrarca, lo proclaman pontífice o lo consagran palafrenero de la Corona. Los demás a los suyo, como niños encerrados con un solo juguete: la alcaldía de Granada. La aparición de un hombre sensato, serio y, cosa rara, no populista, como Pérez Tapias, los ha descolocado a todos. Y aunque él haya asegurado, en declaraciones a este periódico, que no contempla la posibilidad de presentarse a la alcaldía, el PP granadino, con su sutileza habitual, ha decidido que ahora el enemigo es Tapias y que hay que aplicarle el tratamiento de choque patrocinado por Esperanza Aguirre y conocido ya como 'aguirresil forte', medicamento en fase de experimentación en sujetos de Podemos. Los populares se entremeten en la logística del nombramiento del Secretario general de otro partido, para ir socavando el terreno a un candidato, no virtual ni volátil, como el zangolotino de Cuenca, sino sólido y analógico. Ese es el verdadero susto que tienen ellos metido en el cuerpo. Y los socialistas, que tendrían sus planes de cara a la alcaldía más o menos hechos, vacilan y, confundidos con la aparición de Tapias, chocan con las paredes, vocean histéricos y responden al malmeter del PP con insultos de media intensidad. Diminutivos desdramatizadores como "fascistillas", adjetivos despectivos de patio de colegio como "niñacos" o con frases desafortunadas que más que hundirlos, los exaltan. Chema Rueda dijo de Pérez, García Montero y de Fuentes que, cuando dejen de ser concejales, "no tendrán donde caerse muertos". Hacía tiempo que un político no absolvía de la sospecha de enriquecimiento, gracias a su cargo, a concejales adversarios. Hasta me parece exagerada la alabanza. Pero él debe de estar bien informado. Los insultos son producto de la pereza y de la ira. Suponen la renuncia a elaborar la rabia. Quevedo, que odiaba a Góngora, le podía haber dicho: "Perro judío". Pero prefirió currárselo y le dedicó esta elaborada andanada: "Yo untaré mis versos con tocino, para que no me los roas Gongorilla". Todavía, don Luis, se revuelve en su tumba.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Bueno, bueno, qué manera de querer meter el hombro a base de codazos... jajaja...
ResponderEliminarEl insulto chabacano está al alcance de cualquier descerebrado, y casi siempre vuelve a él como un bumerán. Yo soy de las personas que aprecia mucho los insultos talentosos, se aprende mucho.
Buenos días, amigo bloguero.
Buenos días, amiga bloguera, Yo estoy empeñado en que la gente insulte con politesse. Saludos afectuosos.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar