Pánfilo conoció a Claudia por los años 80 cuando era maestra de un pueblo de la Alpujarra. La ha vuelto a encontrar este mes en un viaje organizado a Grecia. Subieron juntos, el último día, la cuesta que lleva desde el hotel Blue Sea, en el puerto de Mitilene, al huerto de Afrodita. A lo largo de los diez días que duró el viaje, Claudia, con sus 76 años, trepó por las resbaladizas rampas empedradas que conducen a las murallas del pueblo medieval de Anavatos en Lesbos, desde las que se arrojaron en 1822 muchas madres abrazadas a sus hijos huyendo de los invasores turcos. De su brazo, Claudia, bajó la cuesta del Bosque petrificado de Sigri, en el en el extremo oeste de la isla, para ver los poderosos troncos de las sequoias fosilizadas tras la erupción de un volcán, hace 15 millones de años. Fotografió el tronco más robusto y subió la cuesta sin dejar de hablar. Trepó también hasta el castillo de Mitilene y cantó en su cisterna el poema de Safo “Inmortal Afrodita”. Se sentó en los altos escalones del templo de Afrodita Afaia en la isla de Egina, construidos, según Leftheris, el prodigioso guía griego, a la medida de los dioses, inaccesibles apara los humanos. No le arredró el ascenso, en Atenas, de la pendiente que conduce a la Acrópolis. Pudo superar los dos últimos escalones del viaje, en el monasterio del Taxiarchis San Miguel, en Mandamados. Mientras Leftheris explicaba el sentido y funciones de los tres ábsides de la iglesia, Claudia se sentó en el escaño del arzobispo. Un pope la desalojó inmediatamente de la cátedra. El guía, cuenta Pánfilo, le dijo a Claudia que ninguna mujer, en Grecia, se hubiera atrevido a sentarse en ese sitio. Claudia refirió, en el café que hay a la puerta de la Iglesia, mientras comía con buen apetito unos empalagosos buñuelos bañados en miel, que después de subir tantas escaleras y pendientes peligrosas y resbaladizas, había disfrutado muchísimo hollando el delicado terciopelo de los dos escalones del estrado arzobispal. Dijo también que el culo del arzobispo tenía que ser más solemne que el suyo, porque el sitial le había resultado muy espacioso. A los viajeros que la acompañaban la tarde de la despedida en el huerto de Afrodita, en Mitilene, les pareció ver, con el último rayo de sol que se colaba por los pinos, cómo la diosa premiaba su instinto de felicidad permitiéndole acariciar por un instante la manzana inalcanzable y solitaria que desde hace 2.600 años intentan arrancar del verso más encumbrado de Safo, sin éxito, hombres y dioses. Pero la felicidad duró poco, de repente todo lo invadió la noche.
martes, 22 de noviembre de 2011
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