domingo, 14 de noviembre de 2010

Monjas pulcras

En la iglesia de la Sagrada Familia de Barcelona, unas monjas de la orden de las Hermanas Auxiliares parroquiales de Cristo Sacerdote limpian el aceite que el papa ha extendido sobre el altar y algunas gotas que han caído en el suelo.  En la Noria  (el programa de Telecinco en el que Hegel, de vivir hoy,  le habría explicado a Jordi González su idea de la Historia), periodistas católicas defienden que en una ceremonia llena de hombres vestidos con ropas mujeriles poco actuales y muy ostentosas, aunque poco maquillados, el papel menos prestigioso  haya sido desempeñado por mujeres.  Argumentan que su actitud no era servil, sino litúrgica. Cuando un abuso se protocoliza se convierte en litúrgico. Hablan de óleo, de ritos,  unción, crisma: palabras todas de nivel A.  La liturgia como pretexto. Las religiones, al ser obras humanas, no pueden ser totalmente malas. La liturgia es, también, un reglamento,  una serie de protocolos, una colección de normas de conducta que sirven  para organizar y jerarquizar la vida de la gente para que no ande por ahí dando tumbos.  En sí, la liturgia no es mala.  Un ejemplo: en los conventos la comunidad se reúne varias veces al día para rezar. Antes de acostarse,  todos entonan las Completas, la última oración de la liturgia de las horas. Los frailes se retiran a sus celdas  cantando: “Sálvanos, Señor, despiertos, protégenos mientras dormimos, para que velemos con Cristo y descansemos en paz”,  y el prior impone sus manos sobre la cabeza de cada uno de los monjes para quitarles el insomnio y el miedo a morir mientras duermen.  Con lo que la congregación  se ahorra una caja de lexatin.  En mi mesilla de noche (y digo esto para mostrar mis contradicciones, no para ponerme como ejemplo de nada),  tengo un libro de liturgia de la BAC, una biblia de Jerusalén, de letra tan pequeña que ya no leo lo que pone sino que me lo invento, más o menos como hicieron los autores de las entretenidas historias del Libro Sagrado.  También tengo un playboy que me regaló un amigo hace 37 años y un libro de máximas del pensador francés Chamfort.  Con eso y un loramet paso las noches. Mi trato nocturno con el libro de la Biblioteca de Autores Cristianos,  me permite afirmar que si la liturgia prescribe que el altar lo limpien mujeres no es porque las mujeres sean más pulcras que los hombres, sino porque se quiere significar que su papel está subordinado al de los sacerdotes. Todas no están tan felices con este rol como han declarado estarlo las religiosas de la congregación de las Hermanas Auxiliares parroquiales de Cristo Sacerdote. He tenido ocasión de conocer a monjas menos contentas con su papel en una residencia romana gestionada por religiosas. Después del desayuno,  salían hacia sus ocupaciones en el Vaticano sacerdotes muy limpios, vestidos con clergymans  muy bien planchados y portando carteras relucientes.  Las monjas les habían lavado la ropa, higienizado los servicios de sus habitaciones, servido el desayuno y  dado brillo a las carteras. Si hablabas con ellas, se las veía poco felices con sus ocupaciones ancilares. Las había muy cabreadas.

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