miércoles, 10 de noviembre de 2010
Bush y González se dejan la puerta abierta
Cecilia, la dueña de la heladería granadina que alivió el verano pasado las sofocaciones de Michelle Obama y sus niñas, es una mujer sabia. Cuando me contó, hace muchos años, lo de la puerta abierta, no entendí muy bien a qué se refería. Las últimas declaraciones de Bush y González, me han hecho comprender lo que Cecilia me quiso decir aquella tarde de setiembre de 1985, delante de una copa de Cuore amaro. “Algunos hombres al hacerse viejos”, me explicaba Cecilia, “suelen dejar abierta la puerta del retrete cuando hacen sus necesidades sin importarles que la gente los vea, los oiga, o los huela". Muy mal huele lo que han dicho González y Bush. Insoportable, también, que después de haber contribuido a que la historia de la Humanidad sea un poquito más tenebrosa de lo que ya era, estos sujetos nos expliquen cómo debemos de entenderla. Pero lo que resulta más ordinario es lo poco originales que aparecen ambos ex presidentes, uno copiándose de la serie televisiva “El ala oeste de la casa Blanca” y el otro, de las misérrimas novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía. Bush ha declarado que fue su equipo de asesores –como el poderosísimo que revolotea en torno al presidente en la serie de televisión- el que lo metió en la guerra de Irak, que él no quería. Mientras que González, según ha dejado caer en una entrevista reciente, estuvo a punto de “liquidar” [sic] a la cúpula de ETA, como cualquier cowboy borracho de las novelas de Marcial Lafuente. A estos individuos ya no les importa que los veamos hacer sus necesidades. Nos abren las puertas. Están caucando.
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