Cuando Dios se sale de madre, como en Haití, se entiende mejor lo que quiso decir Alberti en su verso: “Las palabras entonces no sirven, son palabras”. Si estás en tu casa, con una simple rebanada de pan con aceite y un café delante, desayunando, cubierto por un tejado, razonablemente seguro, y esperas comer dos veces más en el mismo día, escribir esta entrada puede ser hasta indecente. La catástrofe -100.000 muertos (?), y el territorio asolado- te mueve a escribir, aunque sepas que deberías de callar. Sencillamente porque ésta es una de esas ocasiones, lo explicó Freud, en que la “cultura” y la “civilización” muestran su debilidad extrema, su carácter de airbag delgadísimo, que no puede impedir que afloren, y se expresen, los instintos básicos que habitualmente controlamos. Como todos hablamos, se oye de todo. En los primeros momentos, en las tertulias radiofónicas se oscila entre el buenismo de los que siempre, teóricamente, defienden las causas justas, que suelen ser las políticamente correctas, y el miedo miope de los que se consuelan con echarle la culpa a la víctima: “Los de Haití exageran, son unos pedigüeños, siempre quieren sacar tajada de estas cosas y luego ni siquiera saben repartirse las ayudas”, comentan. Más o menos lo que le dijo una señora a su pobre habitual cuando el hombre le confesó que se estaba muriendo:”es que los pobres os estáis muriendo todos los días.”
Pero las actitudes más antiestéticas, las ofrecen los que viven de la intermediación entre Dios y la humanidad, los predicadores, los obispos. El horror de Haití los enfrenta, sin posibilidad de escape, con el problema del mal y los saca del campo de juego. Supone el fracaso de su mediación. “¿Por qué vuestro misericordioso Dios permite estas cosas?”, claman las víctimas. Y ellos que comen del silencio de Dios, no tienen respuesta para cuando su Dios se les sale de madre y pega voces (y coces), como acaba de suceder en Haití. Y entonces, extraviados, dicen las cosas que mis amables lectores ya les han oído decir y que yo no transcribo aquí para no contribuir a la ola de anticlericalismo de reacción que crece imparable en la calle y que se expresa clamorosa en las redes sociales y que amenaza, también, con salirse de madre.
sábado, 16 de enero de 2010
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Magnífica reflexión la suya, Don Pablo. Produce náuseas contemplar la mueca torcida de algunos periodistas, mueca que se balance entre el dolor por la tragedia y el inmenso placer que les produce el tener una nueva tragedia en la que poder instalarse unos cuantos días...
ResponderEliminarVivimos en una cultura antropófaga, el mito fundacional del cristianismo es la Eucaristía, en el que, según dice el libro de liturgia, de la BAC, que tengo en casa se conjugan el sacrificio de la víctima y la ingesta de su cuerpo y sangre verdaderos. Sacar partido de las víctimas es un clásico de cierto periodismo. Es su comer.
ResponderEliminarLa curiosidad ha podido conmigo,no voy a caer en el topico de decir que siempre la culpa es del mensajero, pero si lo mencionare.Soy periodista,nauseas me produce la manipulacion que se hace de nosotros por medio de los directores editoriales y poderosos que lo manipulan.No nos engañemos el verdadero periodismo ha muerto,por el terremoto social en el que nos vemos inmersos, ya esta bien de eufemismos, llamemos a las cosas por su verdadero nombre.
ResponderEliminar(LLego a este blog por Fernando,creo que es su sobrino)
María J., los dueños y directores de medios de comunicación parecen estar esperando horrores como los de Haití, para sanear sus negocios. Al final, de tanto repetir la noticia, producen en la gente una sensación de abotargamiento, anestesia y hastío, que acaba con la compasión y la solidaridad.
ResponderEliminarHace unos días escuché en el telediario que habían descubierto debajo de las ruinas de un colegio de Puerto Príncipe, los cadáveres de 60 niños que asistían a clase en el momento del twist tectónico. La noticia era horrible pero la fonética monocorde del locutor lo era mas. Creo que todos coincidimos en que nos importa poco lo que le pase al vecino siempre y cuando no nos salpiquen las vísceras en su coda final. Desde luego el periodismo auténtico debiera ser aquel que vive de forma paralela el dolor y la tragedia de los personajes sobre los que habla, sin llegar a morir con ellos, pero sin humillarlos con falsas condescendencias. En fin, en estos días prefiero apagar la tele y salir a dar una vuelta con mi chorbi, para observar con muchísimo detalle la levedad de su cuerpecillo contoneándose junto al mío.
ResponderEliminarEl periodismo de catástrofes, aparte de servirse de ellas para subir audiencias, ejerce, en mi opinión, un efecto parecido al que se conseguía antiguamente con la idea de cielo e infierno: el de la resignación. Después de ver el dolor de Haití, repetido hasta la náusea, la gente relativiza sus propios sufrimientos y carencias, se consuela y se acomoda. Ejerce de extintor de cualquier protesta o rebelión.!Virgencica que me quede como estoy!, pedimos.
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