LOS años te llenan de manías, alergias y miedos. Cada vez soporta uno peor perder unas elecciones o la violencia en todas sus manifestaciones. Y se vuelve uno alérgico a ciertas actitudes, a los ajos, a las cebollas o a la lactosa. A perder elecciones, estoy más o menos acostumbrado y, hasta el 26, no lo llevaba mal del todo. Incluso una vez que gané unas elecciones, las primeras Generales que se celebraron en España, en 1977, pasé una noche de perros, mientras que iban llegando los resultados de toda España a la sede del PCE de Montilla, donde habíamos sacado, nada más y nada menos que el 42 % de los votos. Más que el PSUC, en Barcelona. Al final el Partido sólo obtuvo un 10% en toda España. No sé lo que nos hubiera pasado a los comunistas si hubiéramos obtenido un 30% o un 40% de los votos en todo el país. No creo que las fuerzas vivas de la muerte, hubieran consentido que Santiago Carrillo fuera presidente del Reino de España. Los resultados de los últimos comicios me han contrariado mucho y mientras que las mafias, tras el generoso indulto que los votantes les han concedido en las urnas, se disponen a sacar de sus zulos, a engrasar y a actualizar las armas de apropiación masiva que les sirvieron para el saqueo de las arcas públicas, yo, harto de perder elecciones, he decidido sincronizar mi ética con la de los vencedores del 26-J. He arrojado los Ensayos del pulcro y luminoso Montaigne a la papelera y he entronizado en mi mesilla de noche El Criterio, la obra más valorada del escritor conservador catalán Jaime Balmes (1810-1848). Ya iba yo notando, también, si necesidad de catástrofes electorales, que se iban acentuando en mí, conforme se me acumulan los años, los rasgos conservadores que mamé de chico. Asociados a una cierta preocupación por lo social que me brotó al mismo tiempo que el acné de mi adolescencia. Hoy se llamaría populismo. Ya tengo pobre, como lo tenía mi Tita María, y le doy, cuando lo veo, el equivalente a la peseta que ella le daba al suyo, al que advertía previamente que no se la gastara en vino; porque la caridad es, todo lo que dice San Pablo de ella, y, además, controladora y meticona. Ayer me encontré a mi pobre a las puertas del supermercado, con su carrito de la compra; me pidió para leche y fruta. Le di unos cuantos euros. Me molestó que no entrara inmediatamente en el supermercado a comprar y que cogiera su carrito, se metiera el billete en el bolsillo, y se marchara. Estuve a punto, conforme se alejaba, de gritarle que no se lo gastara en vino. Me contuve. Pero sentí deseos de darle unos cuantos consejos para que defendiera su territorio vital, en las mejores condiciones posibles, incluso se me pasó por la cabeza advertirle de que podía ser alérgico a la lactosa y de rogarle que huyera de las corrientes de aire para no resfriarse. ¡Qué bien dormí esa noche y sólo por un puñado de euros!
miércoles, 29 de junio de 2016
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Quién te iba a decir a ti en los setenta que te ibas a convertir en un santo laico sin pretenderlo.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Flor, laica, de santidad tardía. Gracias, Independiente, y un saludo cordial.
EliminarRealmente bueno...
ResponderEliminarMuy amable, amigo de Zabaleta. Un saludo cordial.
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