Martí, ser culto para ser libre
EL respeto por los saberes populares, extralibrescos, de la oralidad, los que se han transmitido secularmente de boca en boca, lo aporta el Romanticismo. Incluso el aprecio por las lenguas "aborígenes", minusvaloradas por las llamadas "lenguas de cultura", es también cosa de finales del siglo XIX. Una de las aportaciones fundamentales de la lingüística es haber puesto de manifiesto, por mucho que le duela al colonialismo, al racismo y a otras taras de la condición humana, que no existen "lenguas primitivas". No hay lenguas mejores y lenguas peores. Tan buenas -es decir, tan útiles para los que las hablan- son las lenguas autóctonas australianas como el latín, el griego, el castellano o el catalán. En estas cosas suelo pensar cuando voy en mi bici a buscar patatas nuevas por la vega de Cájar. En eso y en la mirada de superioridad y en el populismo benevolente de "hombre de cultura" que uno le dedica al campesino, al agricultor, que produce algo tan placentero y tan tranquilizante como una patata que sea buena para freír y para cocer. Seguramente que hay gente que se extasía leyendo algún verso de Homero, pero no es menos cierto que otros muchos agradecen al que inventó la tortilla de patatas su hallazgo. Y uno que, ni ha escrito la Iliada ni es capaz de cosechar las portentosas patatas de mi pueblo, se atreve a mirar con aires de superioridad a los creadores de estos portentos. La cultura oficial, la alta cultura, la gestione la Iglesia o la Escuela, no se ha llevado nunca bien con la cultura popular de transmisión oral. Lo primero era controlarla e integrarla y si había que quemar a alguna bruja o alguna sanadora, se la quemaba. No se toleraban competidores. Los que vivían de escribir, interpretar y vender libros, inventaron eso de que todo está en los libros. Y los movimientos revolucionarios se lo creyeron convencido de que para ser libres había que ser cultos, previamente. Razón llevaban, la cultura no da la libertad ni siquiera la bondad ni la compasión -a la historia me remito- pero si coloca al que no dispone de sus claves en situación de inferioridad. Lutero, que era muy listo, ya se había dado cuenta de que las ensoñaciones y promesas de vida eterna de la Biblia no peligraban ni iban a ser discutidas si se traducían del latín a las lenguas vulgares. Y le entregó a la gente las claves para descifrar el libro sagrado. Porque el hombre necesita comer, y si la patata es buena, mejor, pero tampoco podría subsistir sin promesas de salvación, religiosas o electorales, que nunca se cumplen. Pero le basta con saber que otros muchos como él, no es que sean tontos, es que se hacen los tontos y fingen creérselas. Y esa estupidez compartida y asumida alivia el desconsuelo que nos produce la vida.
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Realmente bueno...
ResponderEliminarGracias, Mark de Zabaleta. Me agrada muchísimo que leas regularmente mis textos. Un saludo cordial.
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