miércoles, 30 de septiembre de 2015

Del mito a la razón

A los ilustrados del Siglo XVIII, les gustaba pensar que la humanidad progresaba, que el ser humano cada vez sería mejor, guiado por el conocimiento que le ayudaría a alejarse de los mitos y regirse por la razón. Pero hay ciertos síntomas de que todavía estamos en una etapa de transición entre el mito y la razón. Por ejemplo: pese a que Obama, un negro, sea presidente de los EEUU, todavía hay gente que se refugia en el genoma para obtener beneficios en la vida sin hacer nada. Y se empeñan en que los blancos somos superiores  y que tenemos derecho a disfrutar, desde que nacemos, de ciertos bienes que se les niegan a los negros. Pese a que hoy sabemos que los blancos no somos nada más que negros africanos a los que se nos ha aclarado la piel después de vivir miles de años refugiados en Europa. Cuando el sociólogo alemán Weber se paseó a principios del siglo XX por el Sur de los EEUU, tuvo la impresión -y así consta en la biografía de Weber escrita por su esposa, Marianne- de que los negros que trabajaban en las plantaciones eran "medio simios" (sic) incapaces de aprovechar los beneficios de la instrucción. Obama -y un rumbero negro que pasa ahora mismo delante de mi casa tocando tres tambores que lleva colgados del cuello dentro de la procesión cívica de las fiestas del pueblo- son la prueba de lo desacertado de las reflexiones de Weber. Si naces catalán, se te amontonan las virtudes y los dones en la cuna (en el pensamiento de nacionalistas como Junqueras), como les sucedía a las princesitas de los cuentos de hadas, favorecidas por sus madrina. El debate identitario tan de moda entre los teólogos de la emancipación -y sus oponentes- me resulta menos interesante, para abonar la idea de que aún navegamos entre el mito y la razón, que una fineza que le oí el otro día a una señora en una tienda de ultramarinos de la Plaza de la Pescadería de Granada, que resiste, con sus enormes latas de atún en aceite de 3 kilos, como sacos terreros del pequeño comercio ante el embate arrollador de las grandes superficies. La señora justificaba el que no hubiera guardado las horas de ayuno previas a la extracción de sangre para una analítica, argumentando que a ella, desde chica, la acostumbraron a ayunar unas horas antes de comulgar para que el plato de patatas en bicicleta, engullido en la cena, no se mezclara con el Cuerpo de Cristo que había de recibir en la misa de por la mañana; pero que, ya de mayor, la Iglesia había suprimido esta tregua gastronómica. "Si ya se puede comulgar sin ayunar", me decía la mujer, "¿por qué no se va a poder acudir a la extracción de sangre hartica de magdalenas?". Esta mujer se encuentra a caballo entre los mitos antropofágicos cristianos y las ordenadas colas de la sala de extracciones de los ambulatorios. Es natural que esté confundida. ¡Los cambios se han producido de una forma tan rápida! El que Junqueras, buscando argumentos para la secesión, afirme que el genoma de los catalanes es más parecido al de los franceses que al de los españoles, no se debe a ninguna confusión milenaria, se trata simplemente de una estupidez interesada.

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