jueves, 8 de octubre de 2015

Reloj, no marques las horas

Los mazos de los cuartos de hora
RECUERDO a mi padre, subido en una silla baja, dándole cuerda al carillón que regulaba la vida familiar desde sus inicios, en 1932. Ahora ese reloj está colgado en mi casa; es uno de los objetos que heredé de mis padres, junto con el armario de mi abuela, fabricado con la madera de un cerezo que cortó mi bisabuelo cuando se casó su hija. En él se han mirado, y admirado demoradamente, todas las hermosas y presumidas mujeres de mi familia: mi mujer, mi hija y mi nieta; y yo mismo, antes de salir a la calle, para ver si estoy bien peinado. 

El sonido del reloj sigue siendo el mismo de mi infancia. Ahora está dando la hora, mientras que en la radio una concejala de Vamos pide que se pongan límites espacio-temporales al ocio de los jóvenes. Y de pronto me viene a la memoria el pregón que di en las fiestas de Peligros en los noventa. En el balcón de Ayuntamiento proclamé, entre la algazara generalizada y la atención mínima del público, que había que reventar los relojes con un arcabuz. Hoy cuido con mimo el reloj de mi padre, le doy cuerda, lo equilibro, lo silencio a la hora de la siesta. Luego lo pongo en funcionamiento llevando el péndulo con cuidado hacia la izquierda y soltándolo, dulcemente, hasta oír el tic tac que me indica que funciona de nuevo. 

Pero en Peligros yo estaba muy molesto con los relojes y así se lo comuniqué al auditorio: "Porque debéis saber, amigos, que era Saturno el dios del tiempo al que adoraban los romanos, y, bajo su designio, los mortales medían el tiempo en grandes ciclos que se correspondían con los de la naturaleza... Cuando llegó la época en que muchos hombres tuvieron que trabajar para unos pocos, que los controlan y explotan, nacieron los relojes que cuentan las horas implacables de suplicio y se instalan visibles para todo el pueblo en las torres de la iglesias y en más alto de los edificios públicos". En ese momento de la perorata fue cuando, con el puño cerrado, mirando el reloj del Ayuntamiento pedí que lo reventaran. Desde entonces se han producido cambios notables. Los que han reventado los relojes son los explotadores, los patronos, para que los trabajadores esclavizados no reparen en que trabajan de 12 a 16 horas diarias. Y se ha agudizado algo que ya se apuntaba en los años noventa: que Andalucía se ha convertido en una tienda abierta las 24 horas del día en la que se vende lo único que producimos: diversión. Servicios. 

Los progres de entonces queríamos hacer desaparecer los relojes que regulaban el tiempo del trabajo, los progres de ahora, los de Vamos Granada, piden que los relojes vuelvan a discernir entre las horas de trabajo y las de ocio. Y yo me entretengo enderezando el mazo de los cuartos que se ha desplazado un poco y golpea torpemente la campana del carillón: mimando los relojes, intentando vanamente distraerlos para que los momentos felices se eternicen entre sus campanadas.

2 comentarios:

  1. Toda una reflexión....muy interesante!

    Saludos

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  2. Y siempre los relojes nos marcan las horas que nos quedan impidiéndonos saber, con su sabia relativización, si son muchas o pocas.

    Otra sabiduría nos la poroporcionan antiguas canciones:
    "Reloj, no marques las horas", pero "dime cuándo, cuándo, cuándo".

    Gracias y saludos.

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