Diario de Frida Kahlo
En el siglo XIX se escribían intimidades tan frenéticamente como lo hacen hoy millones de internautas en Facebook. Sobre todo, las mujeres. Las mujeres han sido relegadas durante miles de años a la condición de lectoras de las cosas que escribían los hombres. Y han sido aplicadas y voraces y se han leído todo lo que ha caído en sus manos. Pero también ellas han escrito, con fruición, abundantes diarios íntimos que no debía de leer nadie, secretos, pero que acababa conociendo todo el mundo. Es uno de los recursos de las novelas: el secreto robado o conocido por casualidad que, al explotar, en un momento de la narración lo pone todo patas arriba. En el Facebook se cuelgan ahora las turbadoras verdades que antes se ocultaban –provisionalmente- en el secreto de los diarios. Se escribe mucho de bragas, de partos, de las 10 mejores maneras de satisfacer a tu pareja, del placer que experimenta una teniendo al recién nacido unos días sin lavar, y se cuelgan fotos sangrantes, como un desafiante anuncio de lo que cuesta parir un hijo. Desconozco si mantener a la criatura emborrizada en sangre y deshechos un tiempo es beneficioso, pero sí debe ser placentero y, sin duda, reivindicativo: a los machos de la especie se les explica que ellos no tienen mucho que ver con este momento doloroso e inaugural. Que parir cuesta sudor y sangre y que la fábrica, por ahora, está en manos de la mujer que proclama a los cuatro puntos cardinales de la nube su excelencia: “Si yo he sido capaz de fabricar algo de tanto valor, imaginen lo que valgo yo misma”. Simone de Beauvoir hablaría seguramente de narcisismo femenino. Pero sí, la mujer que enseña en la red la foto de su cuerpo para el placer de la mirada de los hombres, también lo muestra ahora recién parido, maltrecho, para certificar dónde reside el poder de dar la vida. No en viejos caducos del talante de Cañizares y Rouco que remedan a un dios que nunca vieron, personándose en los momentos en que surge, se glorifica y extingue la vida. Portavoces de un dios, sin voz, ridículos, nos dicen que ellos trabajan desde siempre por mantener y dignificar la vida, teniendo, como tienen, los armarios de la historia llenos de cadáveres y de pavesas. Y remueven sus hisopos antes del parto, en el parto y después del parto, para hacerse con los derechos de autor de la vida, diosecillos de paritorio. Movimientos feministas últimos se quejan de tanto exhibicionismo, de tanto cuerpo malbaratado, de lo fácil que la mujer se lo ha puesto al hombre. De cómo le ha entregado, de balde, lo que el varón más quiere, por lo que mata y por lo que crea obras de arte: el cuerpo de la mujer, que ha entendido que se liberaba imitando el comportamiento sexual del hombre, abrupto, insaciable y perentorio. Y se ha olvidado de profundizar en la construcción de su propio deseo. Ha convertido al hombre en dueño de su secreto. Por nada. Lo de enseñar los cuerpos emborronados de bebés y de madres quizá signifique: stop.
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Muy bien expuesto.
ResponderEliminarSaludos