viernes, 3 de julio de 2015

Y el que no lo sepa es que tonto es

El 9
MI primer contacto con la tontería, como concepto, fue de chico, aprendiendo la tabla de multiplicar en la escuela de Cenes de la Vega: "Siete por siete, cuarenta y nueve" /, cantábamos los niños, "siete por ocho, cincuenta y seis, / siete por nueve, sesenta y tres / y el que no lo sabe es que tonto es". Tonto era el que carecía de conocimientos. Pero además tonto era, al menos en La Rambla de Córdoba, donde viví unos años, aquel que tenía sus facultades intelectuales disminuidas. Este tonto, si se hacía muy presente, se convertía en el tonto del pueblo y se le tildaba de 'faltusco', con la crueldad y la transparencia de las hablas populares poco dadas a los eufemismos. Pero para Sócrates, que era un profesor particular de Atenas, maestro de Platón, y que se ganaba la vida dando clases a los niños ricos de la ciudad, mientras se paseaba con ellos a la vera del río Cefiso, tonto sería el efebo que en lugar de formarse en sus clases dialogadas, lo aprendía todo en los libros. Sócrates se maliciaba que los libros leídos en soledad, sin la mediación del maestro -comadrona del conocimiento-, podían llevar a creer a los jóvenes que eran pequeños sabios, cuando en realidad eran unos perfectos ignorantes. Es natural que un maestro que se ganaba la vida enseñando a sus alumnos todo en 'clases presenciales' -¿no se llaman así, hoy?- viese como una amenaza la escritura, porque temía que su auge mandase al paro a profesores dialogantes como él. Umberto Eco, el autor deEl nombre de la rosa, acaba de decir algo parecido a lo de Sócrates: que las redes sociales convierten al tonto del pueblo en portavoz de la verdad. E inmediatamente, este tonto tuneado, compite con los sabios de toda la vida. Otra cosa es el 'tonto del culo', que es como ha llamado la directora de la Alhambra, poco antes de recorrer el calvario policial, a posibles votantes del PP que, manipulados por este partido, no son capaces de captar el auténtico y profundo sentido del Atrio de acceso al monumento que proyecta construir: de las cafeterías, las guarderías y de la marquesinas para proteger del sol y de la lluvia a los turistas que hacen cola para sacar sus entradas. Los convencidos de que lo que proponen es el único camino posible, los fanáticos, los integristas, los beatos, suelen considerar que el que no piensa como ellos es un tonto del culo. Y siempre encuentran algún tonto útil que propaga sus ideas. Un concejal de Ganemos comentó en mi muro de Facebook que los que criticamos alguna cosilla de Podemos, estamos "lobotomizados [sic] por la prensa capitalista". O sea, que nos hemos quedado tontos porque nos hemos dado un golpe en la cabeza. ¡Qué razón tenía Flaubert cuando daba a entender que hay que temer la tontuna ajena, pero que lo que de verdad nos debe de preocupar es la estupidez propia!

2 comentarios:

  1. Te noto bastante socrático (a pesar de tu crítica), cual partera en busca de dar a luz el imposible conocimiento que políticos y otros deshechos necesarios ocultan con sus gigantescas máscaras.

    Graacias y saludos.

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