HASTA ayer por la mañana estuve convencido de que proponer a Pezzi para director de la Alhambra había sido una argucia de su partido para que, al ser rechazado por aclamación, como lo ha sido, si Juan García Montero pretendiera ser nombrado gerente del Centro Lorca, estallara una sublevación parecida a la que ha provocado el caso Pezzi y que el concejal se viera obligado a desistir, sobre todo, si se impone la sensatez y el director del Centro es seleccionado en un concurso internacional de méritos.
Y no es que yo piense que en Centro Lorca no estaría bien dirigido por un hombre de la talla de Juan García Montero, pero sus reticencias a que se retirara de la plaza de Bibautabín la estatua dedicada al fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, quizá juegue en su contra, si el jurado internacional llega a enterarse de que la zona dónde fue fusilado García Lorca estaba controlada por la Falange. Tampoco, creo, le vendrá bien, para ser nombrado gerente de ese Centro, el haberse manifestado a favor de la retirada de las humildes placas que los familiares de los asesinados en la tapias del cementerio, tras la rebelión militar, colocaban año tras año en memoria de sus allegados. No hay que descartar que algún miembro de ese jurado internacional relacione la muerte de Lorca con la de los ejecutados en el cementerio. Pero ayer por la mañana me enteré de que lo de Pezzi no era una broma ni una enredo, de esos que se inventa Luis Salvador para reírse de los granadinos y para que se rían de todos nosotros en el Planeta; no, era una propuesta seria y con otra bala en la recámara, por si fallaba el primer alarde. Me informaron de que también se barajaba el nombre de Pedro Benzal para la Alhambra, y entonces me he dicho: al PSOE ya no le queda nada más que pólvora caducada en la santabárbara. La Granada oficial es desde hace tiempo, y los últimos movimientos de piezas parece que lo confirman, la Granada del esperpento. Y para tener de ella una visión aproximada habrá que pasarla, como prescribía Valle Inclán, por el Callejón del Gato, que era una atracción de feria madrileña de espejos deformantes que a los gordos convertía en flacos; a los altos, en bajos y a los guapitos de cara, en seres monstruosos. Los políticos deformes del reinado de Isabel II, según Valle, había que pasarlos por el Callejón del Gato a ver si la terrible distorsión de los espejos conseguía restaurar un poco de humanidad en ellos. En Granada, el novio del poder hasta la muerte, el tránsfuga titiritero, el trapisondista, enredado en su loca trapisonda, el que anuncia que se va, que se va, pero que termina quedándose, tendrían que pasarse por una caseta de espejos deformantes del ferial, a ver si los reflejos del azogue devuelven algún resto de humanidad, de compasión o de sensatez a sus caras.
Y no es que yo piense que en Centro Lorca no estaría bien dirigido por un hombre de la talla de Juan García Montero, pero sus reticencias a que se retirara de la plaza de Bibautabín la estatua dedicada al fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, quizá juegue en su contra, si el jurado internacional llega a enterarse de que la zona dónde fue fusilado García Lorca estaba controlada por la Falange. Tampoco, creo, le vendrá bien, para ser nombrado gerente de ese Centro, el haberse manifestado a favor de la retirada de las humildes placas que los familiares de los asesinados en la tapias del cementerio, tras la rebelión militar, colocaban año tras año en memoria de sus allegados. No hay que descartar que algún miembro de ese jurado internacional relacione la muerte de Lorca con la de los ejecutados en el cementerio. Pero ayer por la mañana me enteré de que lo de Pezzi no era una broma ni una enredo, de esos que se inventa Luis Salvador para reírse de los granadinos y para que se rían de todos nosotros en el Planeta; no, era una propuesta seria y con otra bala en la recámara, por si fallaba el primer alarde. Me informaron de que también se barajaba el nombre de Pedro Benzal para la Alhambra, y entonces me he dicho: al PSOE ya no le queda nada más que pólvora caducada en la santabárbara. La Granada oficial es desde hace tiempo, y los últimos movimientos de piezas parece que lo confirman, la Granada del esperpento. Y para tener de ella una visión aproximada habrá que pasarla, como prescribía Valle Inclán, por el Callejón del Gato, que era una atracción de feria madrileña de espejos deformantes que a los gordos convertía en flacos; a los altos, en bajos y a los guapitos de cara, en seres monstruosos. Los políticos deformes del reinado de Isabel II, según Valle, había que pasarlos por el Callejón del Gato a ver si la terrible distorsión de los espejos conseguía restaurar un poco de humanidad en ellos. En Granada, el novio del poder hasta la muerte, el tránsfuga titiritero, el trapisondista, enredado en su loca trapisonda, el que anuncia que se va, que se va, pero que termina quedándose, tendrían que pasarse por una caseta de espejos deformantes del ferial, a ver si los reflejos del azogue devuelven algún resto de humanidad, de compasión o de sensatez a sus caras.
Cuanto más azogue y esperpento mejor queda reflejada la triste y cómica realidad de esta España payasa y postisabelina.
ResponderEliminarGracias y saludos.