Castro en Sierra Maestra
El que regaña, paraliza al otro. Y lo tiene un rato enredado en los laberintos de la culpa, hasta que reacciona. Es una estrategia barata de dominio. Suele usar palabras feroces, el regañón: fascista, machista, nazi, rojo de mierda... Que de entrada, lo sitúan a él en el lado bueno de la vida y al adversario, en el infierno de todas las miserias y claudicaciones. La ofensa es el arma de los que prefieren la pedrada a la palabra.Cuando los púlpitos estaban centralizados, sólo te regañaba el cura o el tribuno ilustrado -y siempre tus padres o el presidente de tu comunidad de vecinos- , ahora, en las redes, en las que cada uno es portavoz de su propia intolerancia, los palos te llegan de todas partes. Los más severos, son los que utilizan las redes para acojonar a sus amigos colgando de su muro un muestrario de horrores selectos: niñas violadas, ancianos decapitados, madres famélicas con bebes muertos en el regazo. Los que comenten esos crímenes no se enteran de la denuncia y, si se enteran, estarán contentos de la propaganda que estas almas benéficas hacen de sus crímenes.
Te regañan porque no te tiras al monte todas las mañanas, parece como si ellos ya estuvieran en Sierra Maestra y tú, tardándote. Reacio a la incorporación a las filas del ejército del bien, desertor de un ejército de fantasmas.
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