lunes, 12 de mayo de 2014

Por los cerros de Cenes

Placer controlado
Mi abuela nos filtraba las llamadas telefónicas de las niñas que querían que les contásemos los argumentos de los libros que leíamos; desde la terraza dirigía nuestra vida sentimental vigilando con quién se paseaban sus nietos por la carretera, al atardecer, o a quién embarcaban en el tranvía de la Sierra camino de la felicidad prohibida que suministraba el anonimato de la capital.Y, para que no nos manipularan el cuerpo mientras leíamos seres, u objetos, ajenos al hecho lector, distrayéndonos, se apostaba a nuestras espaldas. Así leímos a Shakespeare, para luego recitarlo -irreverentes-por las barranqueras de los cerros de enfrente, en cenero: "Cer o no cer, ece éh el poblema, ¿que éh máh bonito para el ehpíritu: zoportáaaaa loh duroh golpeh de la fortuna o deharce lleváaaaaaa por el ado?". En este punto, mi hermano chico hacía un chiste: "el hado mantecado", que todos celebrábamos mucho, porque era el tiempo de construir y no de destruir la familia. Esto lo supe más tarde por el Eclesiatés.
Nota: por la transcripción, un filólogo de tercera.

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