Arrebato
Mi blog no tiene muchos seguidores y, de esos pocos, la mayoría son mujeres. Se me ocurren dos razones, la primera, que las mujeres leen más que los hombres, de siempre, y la segunda, que ellas perciben y agradecen que, al igual que el novelista de finales del siglo XV Juan de Flores, yo pueda decir: “siempre, señoras, he puesto el cuidado en trabajar, atravesando mares y tierras, por buscaros nuevas de reír y llorar”. También es verdad que Flores, funcionario del área de cultura de la corte de los Reyes Católicos, comía de organizarles eventos a las damas y yo lo hago sólo en mi condición de chevalier servant. En la novela de Flores La historia de Grisel y Mirabellatambién se juzga, como en Mallorca, a la hija del rey y a su pareja, y no, precisamente, por delitos económicos. Los protagonistas no han de bajar ni subir rampa alguna en esta novela, porque desde el momento en que son sorprendidos yaciendo juntos, “son puestos por la fuerza en estrechas cárceles”. Hay abogados y jueces y un padre enojado. Las leyes del reino prescribían que “cualquiera que en tal yerro cayere [sexual, no fiscal], el que más causa fuese al otro de haber amado que padeciese muerte y el otro destierro por toda su vida”. Grisel es defendido, por un letrado Torrellas; Mirabella, por una abogada, Brazaida, que se queja de que el tribunal esté formado sólo por hombres, a los que acusa de ser “jueces y partes y abogados del mismo pleito”. Los protagonistas de La Historia entran en un ejemplar combate de generosidad y se autoinculpan, liberando al otro de toda responsabilidad. También hay que compadecer a los 12 jueces de ese proceso y adivinar, si juzgamos por lo presente, las presiones de todo tipo que tuvieron que soportar para que condenaran a Grisel y no a Mirabella, la hija del rey. Pero los magistrados, como el juez Castro, desatendieron las amenazas y procedieron contra la Princesa. Juan de Flores se esforzó en escribir una historia entretenida, porque de no haberlo hecho, cuando intentase cobrar por su trabajo le podría suceder –él lo dice- “como al labrador que a la puerta de gran señor, sin traer presente pide mercedes”. Grisel y Mirabella, a falta del ¡Hola!, mantuvo encandiladas a varias generaciones de mujeres nobles. No cuento el final de la historia para no chafarle el negocio al editor. Lo que sé es que en ella los culpables no se van de rositas.
Como yo soy la excepción de tu blog (pobre hombre al fin y al cabo) me permito irme por los cerros de Ubeda, más cercanos a tus lugares que a los míos, y comentar que en Italia (no digo el lugar concreto por no resultar pedante) me compré una edición de I Promessi Sposi (Los Novios) de Manzoni en cuya portada se encontraba ese beso de Francesco Hayez que encabeza tu crónica principesca y “florida”. Además, entrando en el ámbito de las confesiones, tengo que añadir que lo leí a mi vuelta con tal fruición y gozo que ya nunca puedo ver ese extraordinario óleo sin unirlo a la no menos extraordinaria novela nacional italiana. Todo esto y el no referirme a “la cosa” sobre la que escribes quizá me convierta en mujer virtual aunque la imagen del espejo continúa devolviéndome eso que sigo creyendo es mi ser irrenunciablemente masculino.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Yo siempre leo tus artículos, pero ante esta llamada de atención hago un breve (habitual..) comentario de saludo.
ResponderEliminarMark de Zabaleta
Admirados amigos, trasindependiente y dezabalata, voy a tener que revisar mi hipótesis. Dos comentarios a este artículo, dos hombres. ¡La estadística no es lo mío! Gracias, hombres, lectores discretos y silentes. Un saludo afectuoso para ambos y muchas gracias por vuestra paciencia.
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