miércoles, 5 de febrero de 2014

Radiografías de amor

El hijo: ¿una enfermedad del pecho?
HANS Castorp, el protagonista de la novela de Thomas Mann La montaña mágica(1924), lleva en su cartera una radiografía, tamaño carnet, del tórax de su amada, Madame Chauchat, enferma de tuberculosis, pese a que el mismo Hans había manifestado que "los huesos sin carne de las radiografías no eran sino un memento de la muerte". ¿Amor, más allá de la carne? O, ¿estoy por tus huesos? O, ¿de la amada se aprovechan hasta los huesos? O, ¿huesos de santa? El caso es que hasta hace unos días no había vuelto a ver yo una radiografía de tórax, como metáfora de amor, en este caso, al nasciturus. Se ve en ella el tórax de un varón al que le han implantado el esqueleto de un feto en el sitio del corazón. El pie de la placa aclara las intenciones de los promotores de la imagen: "Es verdad que un hombre no puede dar a luz un hijo, pero desde que le dicen que va a ser papá, su hijo comienza a crecer en su corazón". La intención de la mujer que cuelga en su muro de facebook la foto es buena: "¡¡¡Qué bonito", nos dice, y "para contrarrestar a un puñao de hombres maltratadores y malos, esto va por los hombres de verdad, los que saben amar... Por vosotros!!!". Pero el recurso que ha utilizado es discutible. "En la radiografía, absolutamente desafortunada", le comento, "el feto más que un hijo, parece una mancha en el pulmón de un enfermo". Y me cae parda. Al segundo, alguien me contesta: "Pablo, repugnante tu comentario, ya la radiografía en sí sólo es una metáfora". Pero no todas las metáforas son afortunadas. Poderosas e indelebles la del caballo de Troya, los viajes de Ulises, el Calvario, el Cuerpo místico de Cristo, Sherezade, contándole cuentos a un macho alfa. La locura del Quijote o la ceguera del amo de Lázaro de Tormes. El ser humano las ha fabricado para producir la ilusión de que la vida le va a durar siempre, de que es posible mejorarla y de que, cuando se acaba, hay otras vidas; y para dar salida al dolor y al miedo. Y luego están las metáforas ferroviarias o radiológicas que ni siquiera sirven para explicar las obviedades del presente, como la contenida en la frase "pasarse siete pueblos", tan usada en los medios de comunicación, o ésta de la placa de Rayos X que más que una imagen de vida y esperanza, lo que transmite es un diagnostico descorazonador: los machos de la especie que se ocupan de sus hijos, padecen alguna enfermedad observable.
*Este texto se puede leer también en el diario GRANADA HOY

2 comentarios:

  1. Me has tocado un tema (permíteme la personalización) que me interesa especialmente. La metáfora parece, solo parece, una cuestión retórica para especialistas y de artistas. Pero yo creo que forma parte de la esencia (con perdón) de la vida humana. Uniendo esta creencia a tu propuesta me sale la afirmación de que todos somos hijos de Hans Castorp aunque, paradójicamente, el personaje sea el antihéroe infértil por excelencia.
    Para definir la metáfora habría que utilizar metáforas, lo que convierte a la definición de la metáfora en una tautología o, en palabras de Derrida: lo definido está implicado en lo definitorio de la definición.
    El propio amor es en sí mismo una metáfora “sentiente” de la inclinación erótica sumada al deseo y la dilatación de su cumplimiento.
    Disculpa este chapucero mini ensayo que quizá es una metáfora de mi mismo.
    Gracias y saludos.

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    1. Pues eso estaba pensando yo, amigo trasindependiente -contraviniendo un poco al materialismo histórico- que los que han sido capaces de inventar las grandes metáforas son los que dominaron y dominan el mundo. La culpa la tiene la invención del lenguaje. Tu comentario, como muy bien dices, es un ensayo sabio que has tenido la inteligencia de reducir a muy pocas palabras. Gracias y saludos cordiales.

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