viernes, 28 de febrero de 2014

Gabilondo, el chocolatero

Évole, a lo Orson Welles
Todo es banal, menos la muerte. Pero hay mucha gente que se harta de reír en un velatorio o en un entierro. Ni se ríen del muerto ni se ríen de la muerte. Se ríen para espantar el miedo. Los que vivieron la última guerra civil contaban que nunca se habían reído más que en aquellos tres años, acosados por el hambre y asediados por el miedo, la sospecha y la muerte. Évole ha cometido el error de reírse del miedo de los que aún tiemblan pensando en lo que pudo pasar aquella noche del 23 de febrero de 1981. Te puedes reír de la muerte, del hambre, del dolor, pero no del miedo que sintieron los que sabían, a ciencia cierta, que de haber triunfado el golpe, su vida se hubiera acortado unos años. Luego hay cosas que se perdonan mal. El sentirte tonto, por haber creído que lo que te estaban contando era verdad. Luego dirás que los actores eran excelentes y tremendamente creíbles. Que le daban un aíre de verdad a lo que contaban, extraordinario, que cómo se iba a prestar el santón de la izquierda, Gabilondo, a un juego de esa naturaleza. En las redes hubo listillos que ya nos llamaron tontos a todos los que hasta muy avanzado el fingimiento, la mascarada, no comenzamos a pensar que lo que estábamos viendo no podía ser verdad. Después del susto -porque de ser verdad lo que se contaba, al día siguiente nos hubiéramos tenido que ‘ucranizar’ y tirarnos a la calle, hartos de tanta infamia-, comenzamos a tranquilizarnos, a relativizar, a lamentarnos de que la clase política haya hecho creíbles estos fantaseos con su comportamiento irresponsable y depredador de los últimos años. A recordar que todo comenzó cuando los políticos tuvieron la ocurrencia de no aparecer por las sesiones parlamentarias y a acudir siempre que se les llamaba a “Salsa rosa”. La política había dejado de ser el noble espectáculo montado para hacer la guerra con otras armas, para convertirse en un circo banal y vocinglero, donde uno no sabía si los gritos de la tv los daba Pilar Rahola o Belén Esteban. Que el paso de los buenos profesionales de la información (Teresa Campos, Quintana) a los programas de entretenimiento ya auguraba esta degradación de la profesión de periodista. Pero, ¿quién podía esperar que Gabilondo y Onega terminaran de animadores de verbena? Como no hemos conseguido saber lo que pasó, nos mofamos de lo que desconocemos. Parafraseando a Machado: “España miserable, envuelta en sus harapos, se ríe de lo que ignora”.

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