EN el desaparecido cine Regio, solían poner películas de amores. A los niños nos gustaban estas historias. Mientras que bajabas como las balas, por el Tambor, montado en la patineta que te habías fabricado con una tabla y unos rodamientos de camión, invitabas al amigo que trataba de adelantarte en las curvas de la carretera de Murcia, a acompañarte a la sesión de cine matinal: "Quiqui", le gritabas al chavea de al lado, "vámonos al Regio, que es de amores y muere ella". Tú no sabías entonces que las historias de amor que acaban mal, como la de Tristán e Isolda, han tenido siempre más éxito entre nosotros, los europeos, que las que terminan felizmente. El amor "oscuro", y secreto, de Federico García Lorca con Juan Ramírez de Lucas, periodista de ABC, fallecido en 2010, que acaba de desvelar el novelista Manuel Francisco Reina, tuvo también el desgraciado final que todos conocemos. Y por lo tanto sigue ejerciendo sobre nosotros la fascinación de lo funesto.
Desde los medios se nos invita a leer esta biografía novelada de Lorca con llamamientos semejante a los que nos hacíamos los niños del Tambor: "¡Quiqui, compra Los amores oscuros, que la historia es de amor y muere, asesinado, él!". ¡Cómo alimentan a los vivos los huesos descarnados de los muertos!; y si los huesos son de santo, como los del beato laico, Lorca, saben tan dulce como el paloduz. No veo mucha diferencia entre el aprovechamiento que se hace en televisión de los amores de muertas célebres como Lola Flores o Encarna Sánchez y el apetito con que la "gente del libro" se lanza sobre los amores de Óscar Wilde o García Lorca. Pero, leyendo los reportajes que los periódicos han dedicado al "último amante secreto de Lorca", me doy cuenta de que el affaire del maduro Lorca (38 años) con un jovencísimo Ramírez de Lucas (19 años) es tratado como brillante resultado de una investigación imprescindible; para mí, cotilleo de gama alta. A la necrofilia de Telecinco, por el contrario, se la considera cotilleo funeral de gama ínfima, sin más pretensiones que sorber hasta la última partícula del tuétano del recuerdo de las fallecidas. Pero, claro, los amores de Lorca están relacionados con textos sagrados, los Sonetos del amor oscuro, y con la Guerra Civil. Sobre un material tan noble se puede escribir un ensayo o una novela, a lo Truman Capote, porque son "hechos absolutamente contrastados y verificados", según el autor. Cuando Lorca susurra en uno de los Sonetos a su amor dormido sobre su pecho: "¡Mira que nos acechan todavía!", no podía imaginar que el acecho duraría tanto.
Desde los medios se nos invita a leer esta biografía novelada de Lorca con llamamientos semejante a los que nos hacíamos los niños del Tambor: "¡Quiqui, compra Los amores oscuros, que la historia es de amor y muere, asesinado, él!". ¡Cómo alimentan a los vivos los huesos descarnados de los muertos!; y si los huesos son de santo, como los del beato laico, Lorca, saben tan dulce como el paloduz. No veo mucha diferencia entre el aprovechamiento que se hace en televisión de los amores de muertas célebres como Lola Flores o Encarna Sánchez y el apetito con que la "gente del libro" se lanza sobre los amores de Óscar Wilde o García Lorca. Pero, leyendo los reportajes que los periódicos han dedicado al "último amante secreto de Lorca", me doy cuenta de que el affaire del maduro Lorca (38 años) con un jovencísimo Ramírez de Lucas (19 años) es tratado como brillante resultado de una investigación imprescindible; para mí, cotilleo de gama alta. A la necrofilia de Telecinco, por el contrario, se la considera cotilleo funeral de gama ínfima, sin más pretensiones que sorber hasta la última partícula del tuétano del recuerdo de las fallecidas. Pero, claro, los amores de Lorca están relacionados con textos sagrados, los Sonetos del amor oscuro, y con la Guerra Civil. Sobre un material tan noble se puede escribir un ensayo o una novela, a lo Truman Capote, porque son "hechos absolutamente contrastados y verificados", según el autor. Cuando Lorca susurra en uno de los Sonetos a su amor dormido sobre su pecho: "¡Mira que nos acechan todavía!", no podía imaginar que el acecho duraría tanto.
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