NO quiero que nadie, al leer este artículo, comience a tratar mal a su gato. Yo mismo, como tuve una escuela poco respetuosa con los animales, para evitar darle malos ratos, he renunciado a las mascotas. Porque mi abuela, cuando el gato se comía las panojas de boquerones que tenía preparadas para freírselas a sus nietos, directamente lo tiraba al corral. Estoy seguro de que lo hacía para que el animal aprendiese que si entraba en conflicto, en lo que se refiere a la comida, con las necesidades de los niños de la familia, corría el peligro de tener que consumir una de sus siete vidas en un vuelo peligroso, incluso para un gato. Según parece, las religiones que prohíben comer carne de cerdo, nacieron en países extremadamente secos donde el agua, como los boquerones de mi infancia, se reservaba para los seres humanos y no se desperdiciaba con estos animales que, al no sudar, necesitan estar todo el día revolcándose en ella para que no les suba la temperatura. Gatos y cerdos deben mucho a Juan Pablo II que en enero de 1990, sin necesidad de someter la cuestión a consistorio alguno, proclamó que los animales poseían un soplo vital recibido de Dios. Inmediatamente, el sesudo diario milanés Il Corriere della Sera tituló en primera página: "El Papa abre el cielo a los animales", lo que no dijo, por miedo a los veganos, es que no todos los animales son buenos y que la decisión papal también les abría a algunos las puertas del infierno. Que es donde van a ir los tres perros de mis vecinos que no dejan de ladrar por la noche.
El caso es que, al haberse inclinado Dios por el fuego para castigar eternamente a animales y seres humanos de mala conducta, desatendiendo otros sistemas de incomodar menos contaminantes, los anticuados hornos del infierno comienzan a estar sucios tras miles de años de funcionamiento a tope. Los responsables de su limpieza han estudiado presupuestos de varias empresas y, tras desechar el sistema más moderno y barato, por medio de agua, por las dificultades de su acarreo, se han decantado por la pirólisis. Un resucitado de Santa Fe, salvado de la condena eterna gracias a Fray Leopoldo, ha declarado que en las puertas del averno hay pegado un cartel en el que se puede leer: "Cerrado por pirólisis, del 25 al 27 de mayo. Se advierte a los que piensen morirse en esos días que se aguanten hasta que termine el proceso, si no quieren acabar en el cielo". Porque no se podrá esperar ni en el limbo ni en el purgatorio a que el infierno esté como los chorros del oro. Estas salas de espera hace tiempo que fueron desmanteladas.
El caso es que, al haberse inclinado Dios por el fuego para castigar eternamente a animales y seres humanos de mala conducta, desatendiendo otros sistemas de incomodar menos contaminantes, los anticuados hornos del infierno comienzan a estar sucios tras miles de años de funcionamiento a tope. Los responsables de su limpieza han estudiado presupuestos de varias empresas y, tras desechar el sistema más moderno y barato, por medio de agua, por las dificultades de su acarreo, se han decantado por la pirólisis. Un resucitado de Santa Fe, salvado de la condena eterna gracias a Fray Leopoldo, ha declarado que en las puertas del averno hay pegado un cartel en el que se puede leer: "Cerrado por pirólisis, del 25 al 27 de mayo. Se advierte a los que piensen morirse en esos días que se aguanten hasta que termine el proceso, si no quieren acabar en el cielo". Porque no se podrá esperar ni en el limbo ni en el purgatorio a que el infierno esté como los chorros del oro. Estas salas de espera hace tiempo que fueron desmanteladas.
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