El feto que una hembra de la especie humana lleva en su interior no es siempre una persona. Para ser persona hay que tener, como mínimo, DNIe, un borrador de la declaración de la renta en vías de tramitación, heridas del desamor, una película de culto, una chaqueta de lino de Zara, una pastelería donde comprar los bollos para el desayuno, un vecino que no te hable, dueño de tres perros que pese a conocerte desde hace años, te ladran cuando lees el periódico sentado en el porche de tu casa... incluso, un trabajo. El feto es algo tremendamente orgánico, telúrico, explosivo, perfecto. Crece, casi siempre, de acuerdo con el proyecto cósmico de la vida, que es el mismo que concierne a los planetas y a sus giros, a los rojizos mares de agua helada diseminados por las galaxias, a los olivos y a las encinas.
El feto es un artilugio eficacísimo de supervivencia. Forma parte de los millones de procesos, exuberantes, que multiplican la vida. Como todos ellos, individualmente, superfluos, pero imprescindibles en su instinto universal y certero de perpetuarse. Si el feto fuese una persona, se sabría. Habría dado muestras de debilidad y habría caído en alguna de las trampas de la vida en común. Se habría enamorado, se habría dejado regalar un traje por algún amiguito del alma, habría cometido una falta de ortografía, alguna Ley de educación lo habría condenado a la ignorancia y al fracaso. Competiría, no se habría podido negar a dar una charla sobre Lorca, trasladaría, en Semana Santa, pesados muebles de un sitio a otro, no podría evitar que lo usasen como novia ‘minimizada’, o que lo disfrazasen de cartujo, para los ritos primaverales de los mayores. Ya lo habrían llevado a Canal Sur a hacer el ridículo, imitando a Gila. Estaría enganchado al populismo trivial de "Amar en tiempos revueltos”, serie -cuyos guiones, según los maliciosos, se escriben en la Moncloa- en la que todos los pobres son buenos y todos los ricos malos. Lo habrían incluido en algún observatorio de la Junta (desde donde observar sin ser observado), y estaría apuntado a algún programa de "políticas de igualdad" del ministerio correspondiente.
Pero el feto da la espalda a esas contingencias. Incrustado en el vientre de una mujer, crece y crece, como las yerbas, aparentemente inútiles, de los campos incultos, para que la vida, pese a las personas, tenga otra oportunidad. El feto no se deja clasificar fácilmente: perteneciente a la especie humana, según unos, o privado, aún, de sus características, según otros, el feto se mofa del empeño de los taxonomistas en catalogarlo, porque la fuerza que lo mueve, como dijo Dante del Amor, es la misma que impulsa el curso del sol y de las otras estrellas.
Siempre me gusta leer la primera entrada de blog cuando conozco a alguien. Suele ser muy interesante conocer los comienzos.
ResponderEliminarY, sí, lo ha sido, Pablo.
Te lo dice una mujer que ha tenido dos fetos de esos en su vientre y que se han convertido en maravillosas mujercitas.
Por cierto, tu entrada del niño muerto en Trípoli no para de darme vueltas en las entrañas.
Es otro feto que se está gestando en mi interior.
Te avisaré del parto.
Un beso.
La mujer es una persona. Y como tal debe tener voluntad y libertad. Nadie puede obligarla a nada, ni a abortar, ni a parir. Dejemos que las personas podamos decidir sobre nuestras cosas, sobre nuestra vida. Dejemos a la mujer vivir y decidir. Deberían de preocuparse de todos los niños que sí son personas ya, los nacidos, los que no van a poder subsistir, los que no tienen más que miseria, los que no tienen acceso a lo básico, los que no aprenderán a leer, ni a soñar. Dejemos que las mujeres decidan si quieren traer más niños al mundo y luchemos por los niños que nos miran a los ojos desde sus ojos profundos con tantas interrogaciones y tantas preguntas sin contestar.
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