EL pequeño Nicolás parece tener noticia de la proxémica, la ciencia que estudia las relaciones espaciales como modo de comunicación. El juego de los territorios, la manera de percibir el espacio en diferentes culturas, los efectos simbólicos de la organización espacial, las distancias física de la comunicación. O quizá, sin haber leído nada del creador de esta disciplina, Edward T. Hall (1914-2009), guiado por su fina intuición, ha sabido pasearse por las cuatro distancias en las que comunica el mundo noroccidental: la íntima, la personal, la social y la pública.
Él estaba fuera de la burbuja del poder, en la distancia pública. A 7,50 metros como mínimo de los políticos, de los banqueros, del Rey. Donde la retroalimentación entre el poderoso y el espectador pasivo (lo que era Nicolás, en un principio) funciona al mínimo. Y partiendo de ahí, el chico ha sabido trepar por las otras distancias de la escala buscando alcanzar la distancia íntima, entre 14 y 45 cm, que permite oler el perfume del otro (sea rey emérito, espía diplomado, banquero expoliador, o miembro de la casta) y susurrarle a media voz los conceptos más embriagadores. Los resultados de sus esfuerzos son conocidos por todos y también los vigorosos desmentidos, como de vírgenes pudibundas, de todas las instituciones implicadas. Sólo faltaba que la madre del zangolotino desmintiese que el pequeño Nicolás era hijo suyo. Pero esto no se produjo. Todas las demás instituciones afectadas se apresuraron a distanciarse de este joven emprendedor al que hasta hace muy poco habían amparado. Sólo la presente soledad de los políticos puede explicar este notable caso de infiltración institucional: llega un chiquillo listo, limpio y charlatán, les dice a todos lo que quieren oír y les promete que complacerá sus más secretos deseos (en momentos de escasez de halagos y de apoyos) y caen como moscas en la tira de miel. ¡Cómo estaremos para que el cirribuye de Nicolás haya tenido la más mínima credibilidad!
La salida en masa de las instituciones a desmentirlo es un síntoma de que aquí ya nadie cree a nadie. La entrevista en Telecinco a Nicolás, y los desmentidos que la siguieron, han dado un respiro a todos ellas.
Los curas granadinos pederastas y el revuelo de Nicolás han conseguido desviar los focos de la atención pública de lo que cada día es más evidente: que la nave va absolutamente a la deriva, mientras que el timonel sonado se abraza a la bolsa de oro que acopió para que no se la arrebatemos.
Él estaba fuera de la burbuja del poder, en la distancia pública. A 7,50 metros como mínimo de los políticos, de los banqueros, del Rey. Donde la retroalimentación entre el poderoso y el espectador pasivo (lo que era Nicolás, en un principio) funciona al mínimo. Y partiendo de ahí, el chico ha sabido trepar por las otras distancias de la escala buscando alcanzar la distancia íntima, entre 14 y 45 cm, que permite oler el perfume del otro (sea rey emérito, espía diplomado, banquero expoliador, o miembro de la casta) y susurrarle a media voz los conceptos más embriagadores. Los resultados de sus esfuerzos son conocidos por todos y también los vigorosos desmentidos, como de vírgenes pudibundas, de todas las instituciones implicadas. Sólo faltaba que la madre del zangolotino desmintiese que el pequeño Nicolás era hijo suyo. Pero esto no se produjo. Todas las demás instituciones afectadas se apresuraron a distanciarse de este joven emprendedor al que hasta hace muy poco habían amparado. Sólo la presente soledad de los políticos puede explicar este notable caso de infiltración institucional: llega un chiquillo listo, limpio y charlatán, les dice a todos lo que quieren oír y les promete que complacerá sus más secretos deseos (en momentos de escasez de halagos y de apoyos) y caen como moscas en la tira de miel. ¡Cómo estaremos para que el cirribuye de Nicolás haya tenido la más mínima credibilidad!
La salida en masa de las instituciones a desmentirlo es un síntoma de que aquí ya nadie cree a nadie. La entrevista en Telecinco a Nicolás, y los desmentidos que la siguieron, han dado un respiro a todos ellas.
Los curas granadinos pederastas y el revuelo de Nicolás han conseguido desviar los focos de la atención pública de lo que cada día es más evidente: que la nave va absolutamente a la deriva, mientras que el timonel sonado se abraza a la bolsa de oro que acopió para que no se la arrebatemos.
Excusatio non petita, accusatio manifesta es una locución latina de origen medieval. La traducción literal es 'excusa no pedida, acusación manifiesta'.
ResponderEliminarDemasiados desmentidos nos confirman la deriva....
Saludos