Giordano Bruno en el Campo dei Fiori
LOS intelectuales deben de pensar que sus reflexiones son muy necesarias para una humanidad caótica y alucinada que vive a salto de mata y de espaldas a la razón, guiada por los instintos y, sólo, ligeramente embridada por la cultura y la vida en común. El hosco y obvio significado del refrán "El muerto, al hoyo, y el vivo, al bollo", en manos de los profesores del Centro Virtual Cervantes, se domestica, como los guisos tradicionales llenos de tropezones y sobresaltos a los que la thermomix, un robot de cocina, convierte en papilla para ancianos o bebés desdentados. Lo primero que se advierte en la transcripción del refrán del Centro es lo bien que están puestas las comas. Sobre el guirigay del pueblo y sus refranes, la academia ha tendido su primer corsé: el ortográfico. Pero aquí no acaba la cosa, y, por si alguien no ha entendido el refrán, el Centro nos lo explica así: "Cuando alguien muere, los allegados al fallecido, por mucho pesar que sientan, han de atender sus asuntos y necesidades, entre ellas una tan básica como su manutención. Se aplica también este refrán para recriminar a quien se olvida demasiado pronto del muerto". Ahora lo entiendo mejor. Y me vienen a la memoria escenas de la plaza romana del Campo dei Fiori donde el fraile Giordano Bruno, en efigie, preside todas las actividades de la plaza. La visita a Giordano, quemado por la inquisición en 1600 por defender las doctrinas de Copérnico, es obligada para la izquierda. Una mujer, luchadora incansable por la libertad y la democracia en su patria, sentada delante de Bruno y de un plato de espaguetis le indica al camarero que los ha pedido sin tomate, el hombre grita a la cocina mientras retira el plato, "la donna non piace il pomodoro". Giordano, impasible, asiste al banquete de los que han ido allí a dolerse por su martirio. En Granada, los dueños de restaurantes y tabernas de la calle Navas temieron por sus negocios, cuando el Ayuntamiento decidió trasladar a la Calle Ganivet la tribuna de Semana Santa. Pero, uno de estos profesionales me confesaba ayer que no han perdido clientela y que, mientras que la efigie de un hombre destrozado pasa por Ganivet en lo alto de un mueble, bailado por jóvenes atletas, que así desfogan, la gente sigue comiendo boquerones fritos y berenjenas rebozadas en la calle Navas. El muerto, al hoyo, y el vivo, al bollo. ¡Qué rica sabe la comida aderezada con salsas fúnebres!
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Muy diligentes estos señores de la Academia,me pregunto si habrán tardado mucho tiempo en redactar la explicación al refrán.
ResponderEliminarMuy buenas tus consideraciones al respecto, Pablo,y muy oportunas, como siempre, muchas gracias.
Coco Vida, de nuevo me he pasado esta mañana por la Calle Navas y la he encontrado llena de pacíficos visitantes, mucho menos ariscos y encorsetados que los penitentes que procesionan por la calle Ganivet, donde, por cierto, me he sentado yo sólo en la tribuna de autoridades (la calle y la tribuna estaban totalmente vacías), pero en las sillas buenas, las de las dos primeras filas que son de madera y tienen foam en el asiento, y me he sentido importante.
ResponderEliminarEs que lo eres, y tu culo se merece más esa silla que los culos que suelen ocuparla. ¡Honor y Gloria a ti,rey de la silla!.
ResponderEliminarExtravagante, diría yo. Sentarse en la tribuna cuando no pasa nadie no es lo corriente. Gracias Coco.
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