La pelliza de mi Tía María
Creo que una parte importante de españoles ha pasado a la clandestinidad. Hoy he paseado por La Zubia y no me he encontrado a nadie que se le parezca a Falete o al ministro del Interior. Lo corriente es que la gente se dé panzazos en el agua –como los que practicó Falete el lunes pasado en el programa Splash- en la piscina municipal, en algún aljibe o en la playa, pero no en televisión. No quiero creer que todo lo bueno está sumergido y todo lo malo flotando en los medios de comunicación. Porque entonces tendría que admitir que los que escribimos en los periódicos también flotamos en esa superficie cenagosa en que se ha convertido la vida pública y eso no es bueno para mi autoestima. Diré en mi descargo que no me gustan los grandes coches, porque no quiero que ninguno de los objetos que poseo sea más importante que yo. No me gustan los abrigos con cuello de terciopelo porque no quiero llevar encima cosas que pierdan eficacia en el altar de la presunción. Los cuellos de los abrigos o de las pellizas están para abrigar. Mi tía María aprovechó un buen abrigo largo de su esposo y, tras recortarle los faldones, le cosió en el cuello una piel de conejo que compró en el “Disloque”, casa de placer sostenible de mi pueblo que previamente había sido curtiduría de pieles. Tengo fotos en la Sierra con esta pelliza donde aparezco confortablemente contento, no sé si por lo que abrigaba la prenda o por la calefacción natural que una sangre joven aporta al cuerpo. No me gusta tener dinero en Suiza, porque carezco de tiempo y conocimientos para administrarlo. Y sobre todo, no quiero ser ministro porque, como sucedió el lunes pasado, si hay que darle una mala noticia a la gente, te coge el presidente del Gobierno y te manda que digas una pamplinada reactiva como la que se le ocurrió decir el otro día al ministro del Interior sobre la baja productividad del matrimonios gay, como si en un mundo con cerca de 7 mil millones de habitantes, no hubiera que estar agradecido a los que no producen niños y están dispuestos a criar los ajenos. Luego supimos que el paro aumenta y nos asfixia y comprendimos por qué el ministro, como Falete, se vio obligado a darse un panzazo en los medios: era para disimular. Cada vez, aunque no me gusten las generalizaciones, por falsas, estoy más convencido de que la España viable se oculta en las catacumbas y que sólo en ella habita la esperanza.miércoles, 6 de marzo de 2013
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Pablo: Cuando te pusiste la pelliza de tu tía, te faltó, en ese día de invierno, naranjada y aguardiente y tener lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien te contara las dulces patrañas del Rey que rabió, y rijijijí y rijijijá y ríase la gente. Después de leer tu post he cogido a Paco Ibañez y lo he puesto a que me cantara a Góngora. Recomiendo a todos a quellos que lo deseen que lo oigan en: "Y ríase la gente", "Qué se nos va la pascua, mozas" y "Hermana marica". Si yo supiera de estas cosas modernas, pondría un "pinchar aquí para oir a Gongora cantado", pero son dones de los que no dispongo, así que les ruego recurran al todopoderoso youtube.
ResponderEliminarUn abrazo de tu nuevo lector, Bartolomé
Monti, me ha venido muy bien la ración de Góngora que me has administrado, que tenía yo hoy el cuerpo de Góngora. Me he acordado de nuestro querido maestro don Alfonso Sancho recitando el Polifemo y fumando constantemente. Gracias al Internet, me acabo de enterar que le han puesto su nombre a un colegio público de Jaén. Bienvenido a este blog en el que podemos seguir con los temas de antaño, amigo.
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