Naranjas del Valle
LA intervención apocalíptica de Miguel Ángel Revilla en el programa El gran debate de Telecinco del pasado sábado me hizo temer una catástrofe inminente, como la que arrasó a Sodoma y Gomorra. Él lo dijo: como los responsables de los dos grandes partidos no se pongan de acuerdo, esto se va al garete. Pero, pensé yo, aunque ellos no se pongan de acuerdo, siempre habrá diez hombres justos entre nosotros (cupo exigido por Jehová para estarse quieto) que paren el golpe. Revilla sí dijo que él, al menos, nunca había cobrado comisiones. Pero ahí quedó todo. Si hubiera más incorruptos que Revilla en esta nuestra Gomorra, se sabría: habrían dimitido en masa para no tener que aguantar el sambenito de codicia que los cubre y lo habrían proclamado esa misma noche. Luego en la cama soñé que el expresidente cántabro, como Lot, se alejaba de Sodoma, poco antes de que el Señor le metiera fuego. Alguien en el debate afirmó que la corrupción no es cosa sólo de los gobernantes sino que es un mal que afecta a toda la sociedad civil, a todos nosotros. Entonces, al miedo que ya sentía, se sumó un difuso sentimiento de culpa que me llevó a entrar inmediatamente en un examen de conciencia de todo mi sistema, mis escrúpulos actuaron como el antivirus que de pronto te informa de que está practicando un análisis en profundidad de tu PC para detectar programas maliciosos. Desde pequeño soy profundamente escrupuloso. En el internado dejé de comulgar porque, aunque me hubiera confesado minutos antes, no estaba seguro de no haber pecado de nuevo. No me servía de nada repetir continuamente: "Dios es muy bueno, el demonio es un hijo de puta". El maligno no se asustaba por este improperio y seguía inquietándome, haciéndome creer que los balbucientes pensamientos impuros, sobre todo, ya se habían convertido en sucias transgresiones. Una conciencia así, cuando le dicen que pertenece a una sociedad corrupta, inmediatamente inicia una search de pecados. A los pocos segundos en la pantalla de mis entretelas comenzaron a aparecer los primeros resultados. Ninguno alcanzó los 22 millones de Bárcenas, pero, aunque leves, eran incumplimientos con Hacienda. Por eso, hoy quiero desnudar mi alma y confesar, para matar los rumores de aquella esquina, que el señor que me vende las naranjas del Valle de Lecrín en la rotonda de la autovía no me cobra el IVA. Y llevo tiempo comprándole naranjas, defraudando a Hacienda. Hoy mismo me entrego.
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