Platón pasó los últimos años de su vida organizando másters de gama alta en la Academia de Atenas, institución que había fundado en el 387 (a. de C.). Muchos de los archivos empleados en sus cursos se los había bajado de las clases de su maestro Sócrates al que pirateó descaradamente en sus Diálogos. Vendió a su mentor, que no escribió nada y que daba las clases paseando y coqueteando con sus alumnos por las riberas del río Cefiso, en el top manta de la escritura. Platón, antes de terminar de catedrático emérito de Filosofía en la Academia (para algunos, la primera universidad europea), se metió en política, en el año 367, como consejero de libre designación del nuevo gobernante de la ciudad siciliana de Siracusa Dionisio el Joven. El hombre fracasó en este su primer intento de racionalizar la política, arte poco lógico orientado, como la magia y la prestidigitación, a conseguir que los ciudadanos no distingan la verdad de la mentira ni sepan relacionar las causas y los efectos. Pero nadie está libre, ni el más sabio, de empecinarse en el error y volvió a intentarlo, en el 361, en la misma Siracusa, sin éxito. Entonces, como otros hombres de valía, decidió volver a su patria y dedicarse a dar conferencias a los futuros gobernantes de la ciudad y a escribir libros. En la actualidad, la vuelta de los catedráticos, de los filósofos, a la vida pública española es abrumadora, los tenemos en todos los medios dando lecciones y consejos. Los políticos están tan desprestigiados que ya no hay anunciantes que subvencionen sus tertulias. Antes, sí: con uno del PSOE, otro del PP, salpimentados, a veces, con un nacionalista templado y un comunista presentable. Iban a la emisora una tarde de la semana, otra le tocaba a “El sacapuntas”, tertulia de mujeres que dedicaba parte del debate a adelgazar la insoportable falocracia del patriarcado desbastando el obelisco de su prepotencia con el sacapuntas de la bulla y la algarabía de colegialas alborotadas. No faltaba una tertulia de presos y otra de dementes, en la que, como es lógico, resultaban, más libres, aquéllos, y más lúcidos, éstos, que los tertulianos del resto de la semana. Lo peor de los políticos es la pesada obligación de la obviedad. Para recuperar audiencia, los medios de comunicación llenan ahora las tertulias con Catedráticos. Por lo menos, éstos no regañan. Pero aburren y, sus consejos, como los de Platón, servirán de poco.
miércoles, 9 de enero de 2013
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