Me informan mis enviados especiales a los cócteles del malevaje que los asistentes a estos ‘eventos’ abandonan a los políticos, ahora que no tienen nada que dar, en algún rincón oscuro del salón del acto. Todo el mundo les huye y les teme, porque si te coge uno de ellos, te recitará, primero, los puntos del catecismo del partido donde se trata de lo buenos que son ellos y lo malos que son los otros y, sobre todo, y esto es lo más insoportable, te hablará de su gestión de la crisis del pepino o de lo que ha conseguido para la provincia en Fomento, saltándose a la Junta. No te dejará hablar y te cortará si intentas explicarle que tu naranjo ha cargado este año 134 piezas. Asustan más que el sargento Colomera, en tiempos, o de lo que me asustaba a mí el cabo de la Guardia Civil, Antonino, cuando me paraba, por los años 70, en el Portichuelo de la Rambla de Córdoba, a las 12 de la noche –que venía yo en mi lambretta de pasarle a los camaradas del Partido, en Montemayor, un ‘banco de interrogantes’ sobre el Manifiesto Programa del PC, en asamblea secreta y clandestina-, y me soltaba que días antes habían disparado contra un gitano que había robado un caballo y que él podía disparar sobre todo lo que se moviera por la campiña sin darle mayores explicaciones a nadie. Menos mal que, dada la hora, cuando me pidió los folios que llevaba en mi cartera, pude pasarle primero –amparado en la oscuridad- la receta del hojadre, cedida por una camarada de Montilla,y para cuando me exigió que le diera el resto de papeles, entre ellos, los que contenían el Manifiesto, se le había acabado la pila a la linterna y me dejó marchar. Ahora le temo más a un municipal, mitad bombero mitad soldado, que a un guardia civil disciplinado y respetuoso con los protocolos de actuación del Cuerpo. Y lo que más temo es que es un político intente ilustrarme sobre cómo obtiene en Bruselas cosas para Andalucía; por evitarlo soy capaz de renunciar cualquier canapé institucional de caviar. Por esoy también porque no me invitan, he dejado de ir a estos ágapes en los que te sirven sucedáneosde realidad y en los que se ha vuelto a la sidra champán el gaitero, desconocida en el mundo entero. Prefiero quedarme en casa, dándole la razón en esto a mi sobrino de tres años, Pepito, que cuando su madre lo llama para lavarlo, le espeta: “Mamá, déjame tranquilo en mi rinconcico con mimierdecica y mi chupe”. Es que es mejor.
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