miércoles, 18 de julio de 2012

Recortes de lata

Lady Godiva de John Collier

Algunas palabras están hoy muy mal vistas. ‘Recortes’ es una de ellas. Pero no siempre fue así,  en los años 50, uno de los oficios rentables era el de chatarrero. La gente en cuanto tenía dinero, se construía un chalé con piscina y se hacía llamar de don. Don Aurelio, el chatarrero que yo conocí de niño, pese a tener enfrente de su empresa el chalé más moderno de Granada, el de cónsul alemán, entonces muy visitado por los emigrantes, con escalerillas aladas y hechuras cubistas, se construyó uno rural, en Cájar, para pasar el verano; de una sola planta y con una alberca, a la que llamó piscina, en la que incluso los niños, amigos de su hijo, hacíamos pie. Jugaba don Aurelio al dominó, en el patio de su chalé. Cuando el contrario recibía buenas fichas, el chatarrero lo ponderaba proclamando que el puñetero tenía “hasta recortes de lata”. Entonces el significado de ‘recorte’ era positivo.
La palabra ‘rescate’ no goza hoy de ninguna popularidad. Molesta tanto como ‘banquero’, ‘político’, o ‘primas de riesgo’. Pero en mi casa, no se tiraba ni un trozo de pan, por muy duro que estuviese. Al pan se lo distribuía por estratos en la despensa de la cocina. Se ‘rescataba’ el más duro, el de los estratos prehistóricos, y se le sometía a un proceso de reblandecimiento en líquidos emolientes como la leche o el vino tinto de las bodegas Espadafor. Mi madre a cualquier trozo de algo fabricado con harina, por muy duro que hubiera cristalizado, le llamaba ‘mojador’ y decretaba su ‘rescate’ para el consumo familiar.
Todo se aprovechaba entonces, se ‘rescataba’ de la cochambre y de la obsolescencia. La Universidad, al menos la Facultad de Letras en la que yo trabajaba por los años 60, estaba tan constreñida en el gasto como lo va a estar en los próximos años, tras los recortes en investigación. Como ayudante de Gramática Histórica, tenía que enseñar al alumnado, en mis clases de fonética, a fabricarse paladares artificiales para observar cómo ‘mojaba’ la lengua el paladar en la emisión de la ‘ñ’ o la ‘ll’. Empleaba una sustancia, la godiva, que había que reblandecer en agua hirviendo. En la mesa del aula en la que don Emilio Orozco, el prestigioso estudioso del Siglo de Oro español,  seducía a sus estudiantes con los versos de fray Luis de León, instalaba yo el mismo hornillo con el que me había cocinado, poco antes, en casa la sopa del almuerzo y una cacerola, ‘rescatada’ de mi trastero. Optimización de recursos. Si la mesa se empañaba con el hervor del agua, ahí estaba don Emilio al ‘rescate’, para devolverle su pulcritud y excelencia, con sólo susurrar algunos versos de Fray Luis“… ¿y tú [Pastor Santo], rompiendo el puro / aire, te vas al inmortal seguro?”.

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