A veces para dormirme imagino castigos que aplicaría a cierta gente. Nada especialmente cruel o gore. Pero sí ejemplares e insufribles para el sancionado. Durante mucho tiempo me recreé imaginando a Isabel Preysler vestida con un mono azul comprado en las Américas, tocada con un casco de albañil, cavando una zanja de varios kilómetros sólo durante seis meses, porque hay que reprobar el pecado sin acabar con el pecador. Pena accesoria, durante ese tiempo de purgación de sus presunciones, sería la de no poder gastar más de 30 euros en ropa, lavarse con jabón lagarto y usar sólo colonia de garrafa. Nada de pinturas ni de accesorios. También he soñado con Rosa Díez colaborando a excavar, con pico y pala, parte de los túneles del metro imaginario de Granada, vestida y peinada mucho más sencillita. Sólo le respetaría los bolsos, pero para acarrear piedras y escombros. He vislumbrado en mis duermevelas a muchos insolentes figurones del Ruedo Ibérico, sentados en un cine en sillas de hierro, fijados a los asientos con esposas y obligados a soportar l00 pases pedagógicos de la película de Paco León Carmina o revienta. Como no soy crítico cinematográfico, no hablaré de las bondades o de las carencias de la cinta. Sólo diré que lo que cuenta León en su película, con la ayuda de su hermana y de su madre, de una cabra y de una bruja parlanchina de juguete, que sólo funciona en los momentos menos indicados, huele tanto a realidad, a verdad de las de antes de que las palabras y las imágenes se prostituyeran para siempre, que podría turbar a todos aquellos personajes que en los últimos años han levitado, perdiendo de vista cómo viven personas como Carmina y su gente. Más bien, cómo sobreviven. Al que supere los 100 pases de la película, le aplicaría penas accesorias. A Dívar, por ejemplo, lo obligaría a cenar 100 noches en la venta de Carmina, jamón curado en cámaras frigoríficas y pipirrana. Sin velas, sin ostras, sin harén de seguridad, ante el que escenificar la parodia de un amor de lujo, con champán y langosta, costeados por el Estado. A Undargarín lo tendría un tiempo conduciendo por las calles Washintong la Dyane 6 de Carmina y manteniendo a su real familia con los 400 euros con que se extinguen poco a poco los parados de larga duración. Y a los presidentes del Congreso que se han gastado en su retrato más de 80.000 mil euros del Presupuesto cada uno, los condenaría a adornar las paredes de sus casas sólo con estampas de Fray Leopoldo o de Conchita Barrecheguren. No quiero que revienten, pero sí que caminen largamente con el peso de su vergüenza a cuestas
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