NO sé si Dios existe o no, pero sí tengo una prueba de que San Valentín no es un invento del perverso mercado, como se dice por ahí. La constatación de su existencia me la ha proporcionado mi amigo Pánfilo, que sigue enamorado de una novia con la que 'twiteó' una temporada. Se trata de una cartita que le mandó el día 14 a la chica - y a mí copia- para recuperarla. No reconozco en la carta su estilo corrosivo y sí las cursilerías del taller de escritura del Patrón de los enamorados. "Pánfila", leo, "sin recurrir al Kamasutra, imagino cómo hacerte feliz. Porque está la lengua para la oreja, que acosa y lame sin dolor alguno y deja, en los que tienen la suerte de haber sido tratados por una experta, la sensación de estar invadidos por una legión de ángeles de luz, que hubieran elegido una vía insólita, pero cierta, para rendir -¡tantos!- laberinto tan angosto.
¿Y las manos? Capaces de multiplicar las caricias en un cuerpo abandonado y de abrir varios frentes de ataque. Venciendo suavemente una línea de defensa con el dedo corazón; apoyando, sin hollarla, en otra, el anular; confirmando, y halagando rítmicamente con algún dedo desocupado, la epifanía de ciertas protuberancias emergentes. Desenredando, con el meñique, otros caminos poco frecuentados. Hasta que el dulce enemigo, acosado por todos los flancos y desconcertado, sin saber a cuál de ellos acudir para recoger los frutos del ataque que se le hace, dé en un estado tan profundo de advertencia y conocimiento de su propio cuerpo que no haya órgano ni miembro que se sienta desasistido o ausente del homenaje.
¿Y los pies? Tan sueltos y olvidados en algunas lides, andan libres para encontrar acomodo y ocupación en caricias exteriores, asombrando labios, y contentando a promontorios, milagrosamente enaltecidos por las caricias.
¿Y la conversación? Puede el amante situarse entre las piernas de la amiga y desde allí, animado por el recuerdo agradecido de tantas visitas y de acogidas tan hospitalarias, susurrar a la cercana rosa de simetría y ponderar su arrogancia de torre de homenajes. Rozándola tan sólo con el aire del habla, mirándola con el respeto que merece lo que se sabe fugaz. Confesando -y en ese momento será verdad- no haber conocido otra tan nemorosa, tan humedecida, tan pulcra, tan cómplice. Gritándole: "Yo soy Lucifer, el príncipe de las tinieblas y de la luz y de la vida y del placer y de la paz y de la guerra santa del amor". Pánfila, que ahora ha tomado el nombre de Francesca, por su nuevo amor, le ha contestado: "Pánfilo, eso mismo, pero con velas y jacuzzi, lo he visto en una peli porno que me bajé el otro día".
¿Y las manos? Capaces de multiplicar las caricias en un cuerpo abandonado y de abrir varios frentes de ataque. Venciendo suavemente una línea de defensa con el dedo corazón; apoyando, sin hollarla, en otra, el anular; confirmando, y halagando rítmicamente con algún dedo desocupado, la epifanía de ciertas protuberancias emergentes. Desenredando, con el meñique, otros caminos poco frecuentados. Hasta que el dulce enemigo, acosado por todos los flancos y desconcertado, sin saber a cuál de ellos acudir para recoger los frutos del ataque que se le hace, dé en un estado tan profundo de advertencia y conocimiento de su propio cuerpo que no haya órgano ni miembro que se sienta desasistido o ausente del homenaje.
¿Y los pies? Tan sueltos y olvidados en algunas lides, andan libres para encontrar acomodo y ocupación en caricias exteriores, asombrando labios, y contentando a promontorios, milagrosamente enaltecidos por las caricias.
¿Y la conversación? Puede el amante situarse entre las piernas de la amiga y desde allí, animado por el recuerdo agradecido de tantas visitas y de acogidas tan hospitalarias, susurrar a la cercana rosa de simetría y ponderar su arrogancia de torre de homenajes. Rozándola tan sólo con el aire del habla, mirándola con el respeto que merece lo que se sabe fugaz. Confesando -y en ese momento será verdad- no haber conocido otra tan nemorosa, tan humedecida, tan pulcra, tan cómplice. Gritándole: "Yo soy Lucifer, el príncipe de las tinieblas y de la luz y de la vida y del placer y de la paz y de la guerra santa del amor". Pánfila, que ahora ha tomado el nombre de Francesca, por su nuevo amor, le ha contestado: "Pánfilo, eso mismo, pero con velas y jacuzzi, lo he visto en una peli porno que me bajé el otro día".
El arte del escarceo vulgarizado por películas sin argumento. ¿Qué harán los expertos para que su maña se reconozca?
ResponderEliminarDios quizá exista, aunque nos tenga un poco descuidados, San Valentín existe, sin duda, y también el Niño Jesús de Praga, que lo tengo visto en un escaparate de un chinois del Zaidín, aunque vestido con ropas de colores poco canónicos, pero jamás, ya te lo digo, Monagillo Nono, jamás he asistido a ninguna ceremonia en la que ayudaran al oficiante 9 monaguillos. O eres un bluff, a nivel monaguillo, o me he perdido lo mejor. Un saludo cordial. Gracias.
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