miércoles, 5 de octubre de 2011

Coitus incorruptus


El patriarcado ha resultado inhóspito para las mujeres y, también, para algunos hombres, obligados a matarse en las guerras, a raptar a sus chicas, a bajar a las minas, a erigir obeliscos y penes, a cazar, a meter goles… Muchos hubieran preferido quedarse en casa a  jugar con muñecas y  airgam boys o a la espera del asedio femenino. Desde luego, el poder macho es más inhóspito  para las mujeres pobres que para las ricas. Ser princesa en la Córdoba del siglo XI, te protegía de la brutalidad y de la pobreza y era salvoconducto de libertad. La princesa Omeya Wallada se paseaba por la ciudad andalusí, con una túnica transparente, el rostro descubierto, y con estos versos insumisos bordados en las hombreras de su vestido: "Por Alá, que merezco cualquier grandeza. / Doy gustosa a mi amante mi mejilla / y doy mis besos para quien los quiera". Y también supo ponerse ordinaria, como las actuales princesas del pueblo, cuando conoció que “su pareja” se la pegaba. A su amante Ibn Zaidun, que la engañó con una esclava negra, lo crucificó para siempre en un poema, conocido como “El hexágono”, con seis adjetivos de fuego: “¡Maricón, sodomita, follador, /tercerón, cabrón, ladrón!". Incluso en pleno siglo XXI, las duquesas sufren menos los ramalazos agónicos del machismo que una trabajadora en paro. Y las hay que desafían al patriarcado sin temor alguno.  La duquesa de Alba consumó ayer, sin castigo, el esperpento de una boda que socava los cimientos mismos de la familia, institución insignia del poder masculino. Tan bien considerada por la gente, casi, como el cuerpo de bomberos o el Servicio de Atención Médica Urgente. Mientras que los dueños del bar “El asturiano”, pertenecientes al buen pueblo madrileño, en el melodrama televisivo “Revoltillo de amores”, no se cansan de repetir que no hay cosa más bonita que la familia unida, Cayetana de Alba no ha tenido inconveniente en ridiculizar el matrimonio montando una boda carnavalesca con la que ha ajustado las cuentas a su propia familia. Desafecta, también, con las clases emergentes -que se entrampan para reproducir las maneras de la aristocracia en bautizos, primeras confesiones, comuniones, confirmaciones, bodas y entierros- les ha roto el juguete familiar en las narices. Ayer lo dejó claro en su boda. “Ahora que vosotros os apuntáis a imitar nuestras ceremonias”, parecía decirnos,”yo me las paso por mi ensortijada melena de muñeca de cartón piedra". A la vejez insolente no le importa dejarse abierta la puerta del retrete e, incluso, se atreve a practicar el coitus incorruptus, antes, incluso,  del embalsamamiento.

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