jueves, 16 de junio de 2011

Lugar ameno

Las carretas, los yates de las clases emergentes
El pasado abril, muchos romeros se habrán bajado de la página "Rocio.com", y habrán reproducido miles de veces en sus iphones, el himno orgiástico de esa romería: el “Acompáñame”, la sevillana rociera de  Manuel Diego Pareja-Obregón,  en la versión que grabó en 1989  María del Monte.  En ella se dibuja para las clases sociales emer­gentes el tópi­co auroral y edénico del «locus amoenus» (el lugar más placentero, ameno: un pa­raíso en la tierra) que acerca a mu­chos andaluces a sus muy próximas raíces campesinas. Siguiendo a Lenin –o no- que aconsejaba copiar lo bueno de la burguesía, la emergencia, andando, a caballo o a bordo de sus yates entoldados, imita a sus enemigos de antaño, los señoritos y caciques andaluces, en los estiradísimos vaivenes del baile de las sevillanas y en las rituales y hermosas posturas de la monta y doma del caballo.



 No faltan en este ameno lugar que pinta María del Monte, ninguno de los elementos del tópico medie­val: ni el río y la marisma ni aves, algunas canoras -«Anoche vi volar una paloma», «Sentí el vuelo de los pa­tos reales», «la mañana llegó con el cante de alondras y jilgueros»- ni otros animales como las cigarras, la cierva que amamanta al cervatillo o los bueyes que tiran de muchas de las carretas que hacen el camino. También hay árboles –una encina- y arbustos olorosos y mágicos -el romero- e, incluso, flores tan emblemáticas como los lirios y tan folclóricas como las de la jara, que adornan los caminos y los senderos.
Pero el contento del hombre ha de ser cósmico, ha de impregnar al orbe. Y María del Monte, como Garcilaso, como Aleixandre, obliga a vibrar al Universo entero al com­pás del escondido orgasmo de una pareja de rocieros que retoza en este paraíso: «Anoche nos cubrimos con las sombras, / tu cuerpo junto al mío. / La luna alumbró la amapola/ dormida entre los trigos». Símbolos («amapola» = desfloración o, simplemente, vulva, «nos cubrimos con las sombras» = des­nudez) que elevan notablemente la temperatura erótica de la canción.
Al alba, los amantes, ahítos de placer y sedientos de trascendencia, consuman el rito final y telúrico bebiéndose los luceros. Un inevitable empacho de estrellas y una reproba­ble soberbia luciferina —el «seré como Dios»— se agazapan en este fragmento de la copla.
Posiblemente, todos los que han viajado este año al Rocío ya habrán abandonado el «son peregrino de guitarra y pandereta» para volver al paro, a la economía sumergida del estío festivo, en la que se ganan el pan,  a los partidos de la Roja y al facebook,  pero no será fácil de apagar en ellos el rescol­do de los días que echaron en el camino y tampoco el recuerdo de ese lugar ameno que no está en nin­guna parte, si lo buscas fuera de tiempo y lugar, pero que el Rocío, fugazmente, deja entrever cada año.

3 comentarios:

  1. Estás verdaderamente endiablado, Pablo. O furioso, yo no sé. Cuesta seguirte pero sólo por el complejo de no ser capaz de explicar con esas frases sardónicas y lúcidas las reflexiones que te suscitan cualquiera de los acontecimientos que nos atraviesas.

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  2. Qué manera tan elocuente de referirse al polvo del camino sin nombrarlo
    ¡Bravo!, Pablo

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  3. El caso es no recogerse, estar todo el día en la calle, en movimiento, que, como decía la señora que cantaba lo del "Probe miguel", junto con los de "Triana Pura", ya nos cansaremos de estarnos quietos

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