miércoles, 1 de junio de 2011

No me mires, no me mires

No hay que perder de vista los procesos de agrupamiento de la gente. Se hagan en torno a una imagen, en torno a una idea o en torno a una tienda de campaña en una plaza tomada por el 15M. Se confía mucho en que cuanto más público se congregue, más eficaz se puede llegar a ser. Las ideas más peregrinas, si tienen muchos seguidores, adquieren inmediatamente rango de “verdades”, se convierten en relatos que hay que tener en cuenta, se transforman -si hay apoyo académico, mejor- en historia. Y si están respaldadas por tanques y paredones, hogueras y guillotinas, hornos crematorios y cadalsos, se pueden convertir en la Historia, la única, la indiscutida. Pero si faltan estos apoyos tan convincentes, y sólo se cuenta con una emisora de radio o de televisión o con homilías o manifiestos, las “verdades” inamovibles, no admiten la más mínima inspección: una mirada poco complaciente. Entonces, los que, cuando tuvieron la fuerza, no dudaron en imponer las “verdades” con crueldad y saña, piden respeto. Si al predicador que desde una radio misionera, cuando afirma que la Virgen es la Luna y Dios el Sol, le haces ver que la comparación, después del observatorio Hubble, queda ridícula y que habría que buscar para la comparación algo más grande que el Sol, inmediatamente te pedirá respeto, y te amenazará con romper las reglas del juego. Pero lo que te pide no es respeto, lo que te exige, simplemente, es que no lo mires. Son ideologías en “standby”, a la espera de que vuelvan los nuestros. Otros, como los pacíficos miembros del 15M, lo tienen más difícil. Primero, porque al ser tan nuevo el fenómeno, no pueden esperar que vuelvan los suyos a restablecerlo. Y en segundo lugar porque, para resucitar el cadáver de la postrada democracia española, necesitarían, como en el poema “Masa” de César Vallejo, que la humanidad entera rodeara al difunto, y le gritara “no nos dejes, vuelve a la vida”. Entonces, quizá, la Democracia, se levantaría y volvería a andar, pero no hay plaza ni ciudad, que yo conozca, que pueda contener a todos los hombres.

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