20.000 leguas de viaje subacuático en el ferrocarril subterráneo de Granada
El disruptivo Pánfilo me hace todos los
días unos viajes insignificantes, que él considera muy significativos y que, en
comparación con los que otros jubilados hacen a Praga o a Pompeya, resultan
bastantes fútiles. Picado por el manoseado tópico electoral de que hay que
dejarse de tonterías y preocuparse de los auténticos problemas de la gente,
Pánfilo pega el oído para enterarse, ajeno a todo provecho electoral o
partidario, de lo que verdaderamente preocupa a las criaturas. En sus
desplazamientos diarios, anda observándolo todo y luego se empeña en contármelo.
Ayer, una mujer en el metro se le quejó de la adicción a los móviles que
padecemos. A Pánfilo, le costó trabajo admitir, desde su atalaya de observador,
que la mujer sentada frente a él, hija de un marchante de ganado, madre de dos
hijos y esposa de un albañil, tuviera hechas reflexiones muy atinadas sobre la incomunicación
que los móviles generan en las familias.
La mujer hablaba muy alto y él, aunque está muy interesado en lo que piensa
la gente, se sintió incómodo cuando los otros viajeros dejaron sus móviles para
mirarlos. A la mujer le faltaba una paleta, rota al morder la concha de una
almeja de un potaje de fideos, lo que le daba un aspecto desvalido que potenció
el sentimiento de superioridad con que Pánfilo suele mirar a los sujetos con
los que habla y a los que convierte de inmediato en objetos de observación.

Página del Cuestionario
Se
lo digo y admite que padece una cierta deformación profesional que le viene de
cuando recogía materiales para el Atlas lingüístico y etnográfico de Aragón,
como aprendiz de dialectólogo de los maestros Manuel Alvar y Antonio Llorente.
Visitaron, en los 60, más de 100 pueblos aragoneses. Al llegar a uno de ellos, buscaban
a la persona adecuada para rellenar un extenso cuestionario. El “sujeto”, como
le llamaban los investigadores, tenía que ser hombre, de mediana edad y no
haber salido del pueblo. Para pasar el casting
fonético, al aspirante no podía faltarle ni un diente. La evidente mella de la
inteligente mujer del metro, hizo que Pánfilo se sintiera superior. Ni siquiera
se bajó del burro de su pretendida excelencia cuando ella le soltó esta perla,
antes de bajarse: “vivimos un tiempo de comunicación incomunicada que nos aísla
a los unos de los otros”. Y es que Pánfilo
hubiera dado su reino por esta frase.
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