Manolete en la plaza de Villanueva
LOS hay que les gusta estar todo el día reunidos; de ellos será el poder y la gloria y la amistad y los negocios y las tramas blancas y negras y los club rotarios y los de fútbol. Y los hay también que no pueden soportar una reunión. Avaros, estos últimos, de su tiempo, no quieren compartirlo con casi nadie. ¿Cuáles de ellos contribuyen más a la perpetuación de la especie? Ni idea. A mí me agobian las aglomeraciones. Menos mal que la mayor parte de la gente es muy feliz cuando se tira a la calle para estar con los otros. Creo que todo me viene de cuando mi padre nos llevo de chicos, a mi hermano y a mí, a una corrida de toros, en Villanueva del Arzobispo, mi pueblo natal. Toreaban Manolete y Arruza. Me parece que fue el mismo verano en que Manolete murió en Linares. Mi madre le pediría a mi padre que se llevara a los niños a la calle para poder arreglar la casa y atender a los más pequeños, y acabamos en los toros. Mi padre nos llevaba en brazos a los dos. Era tal la cantidad de gente que pretendía entrar en la plaza que estuvimos a punto de morir aplastados. Desde entonces, no me gustan las aglomeraciones. He tenido que asistir a bastantes reuniones y manifestaciones. Hasta que dije un día: "¡Basta!". Fue, aquí, en Granada. Estábamos reunidos en el sindicato de Enseñanza de CCOO y como siempre la mayor parte del tiempo se empleaba en discutir sobre quién iba a Sevilla en representación de nuestro sindicato provincial. Tenían que acudir tres compañeros. Dos horas discutiendo para ver si iban dos mujeres y un hombre o dos hombres y una mujer. Harto, hice una propuesta conciliadora que no fue bien comprendida ni por los compañeros ni por las compañeras: "Como soy algo andrógino o, mejor, como soy un poco mujerona", les dije, "puedo ser el tercero en discordia y así ni para unos ni para otras". La propuesta no cuajó y yo me di cuenta que en esas luchas titánicas de la clase obrera ya no tenía nada que hacer. Además, el desastroso siglo XX, con millones de personas matándose entre ellas, no animaba mucho a juntarse con nadie. Creo que fue un reportaje que vi hace poco del congreso del partido Nazi, celebrado en 1934 en Núremberg, titulado El triunfo de la voluntad, obra de la cineasta Leni Riefenstahl, el que me hizo recordar en qué fueron utilizados miles de jóvenes alemanes fuertes y bien adiestrados instruidos para actuar como un solo hombre, como un solo puño. Me alegré de que en España esa poderosa fuerza juvenil que se desparrama en primavera en desfiles y manifestaciones sacras, haya encontrado un modo tan salvífico y poco lesivo de emplearse. Pero todavía me asusta cualquier concentración demasiado bien entrenada y organizada. Son prejuicios míos. Terminaré solo, pese a la advertencia del Eclesiastés: "Vae soli!" (¡Ay del hombre solo!).
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Un gran artículo...
ResponderEliminarGracias, Mark, un saludo cordial y agradecido.
EliminarAy, si los solitarios nos juntáramos formaríamos una red tan permeable que disolvería la masa.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Quiero pertenecer a esa red disolvente, Trashumante. Un saludo cordial.
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