La pena de ser líder en Granada
Amables lectores, sabed que hace tiempo que me esfuerzo en traeros todas las semanas, en esta columna, nuevas de reír y de llorar para que leyéndolas os gocéis o sufráis con ellas, olvidándoos de vuestras propias penas. He intentado hilvanar las cosas más dispares. En juntar, para entreteneros, la Biblia con el chachachá. A riesgo de que me creyerais loco o alucinado. Pero el manojo de acontecimientos extraordinarios de la vida local de estos días, tan sin sentido, suponen un reto insuperable para mis limitadas fuerzas de plumilla. He intentado descubrir una razón, un porqué en ellos y no los he encontrado. Me hubiera gustado hilvanarlos en un relato, como se dice ahora, en una historia entendible en la que causas y efectos aparecieran, necesitándose, pero ha sido imposible. Me rindo. Empezó mi desvarío, mi incapacidad para encontrarle explicación a las cosas, con la dimisión de Torres Hurtado. ¿Cómo es posible, me dije, después de oír sus explicaciones, que los granadinos dejemos escapar a este hombre? El alcalde dimisionario, en una rueda de prensa que será estudiada en las universidades más prestigiosas como un modelo del difícil arte de la comunicación audiovisual, afirmó que todo el mundo ha sabido en la ciudad que desde el 2007, con la crisis, no ha habido de dónde robar. Si algún día se demuestra que se robó –se me ocurre-, habremos dejado pasar la ocasión de erigir un monumento en Granada, en su Granada, a quién supo robar de donde no había. ¡Cráneo privilegiado! La misma tarde de la dimisión, pude observar cómo Sebastián Pérez, en la rueda de prensa en la que comunicaba que se iba él también, se aclaraba la voz con el agua de un vaso y se echaba varios buches de agua y hacía que el fluido se le paseara por la boca, hinchándole los carrillos. ¿Se atrevería Obama a hacer algo semejante? ¿Por qué los granadinos no sabemos valorar lo que tenemos?, me pregunté de nuevo. Dos iconos, dos líderes caídos en una misma tarde. ¡Con el trabajo que le cuesta a la gente encontrar y aceptar a unos líderes! ¿Para qué la política, si no? El mismo Errejón, el cerebro de Podemos, en un artículo de prosa diáfana, como todo lo que escribe, afirmaba que la política, en tiempo de crisis, debe ser una actividad “que también produzca lazos afectivos y de solidaridad y pertenencia, así como una meta colectiva e iconos y liderazgos que catalicen una nueva identidad”. Y nosotros, de ahí mi confusión presente, que disponíamos de esos iconos y de esos líderes –Hurtado y Pérez- los dejamos alejarse, abandonarnos, sin retenerlos. Y es que no hay en la vida nada como la pena de ser líder en Granada. ¡Qué contradiós!