miércoles, 4 de diciembre de 2013

Pequeños ajustes

Portada de la revista "Lecturas"
Laura y Ernesto vieron realizado por fin su sueño dorado cuando el gobierno trasladó al diplomático a Paris. Los primeros días, el matrimonio los dedicó a los museos. Después a los cabarets, donde Ernesto se agitaba en su asiento, con los ojos brillantes, mientras Laura, un poco anonadada, abría desmesuradamente los suyos.  Tras unos días de comer en todo tipo de restaurantes, la pareja tuvo que plantearse poner casa. Tuvieron la suerte de encontrar una monada de apartamento en la Rue des Dames. Puesta la casa, Laura y Ernesto se trasladaron desde el hotel. Y entonces  comenzó para ellos una era de pequeñas dificultades. En París, sólo los verdaderamente ricos pueden tener una sirvienta interna.  Se tuvieron que contentar con una por horas para las labores más rudas. Pero las menos rudas y tal vez más molestas, por minuciosas, tuvieron que repartírselas ellos. Laura guisaba, pero no disponía de tiempo para la compra. “Aquí los hombres”, advirtió a Ernesto, “hacen la compra. Tú puedes traerme algunas cosas al volver de la oficina. La fruta, los huevos, ¿comprendes?”. Otro día que Laura no conseguía empanar unas croquetas, le dijo  sofocada a su marido: “Podrías ir poniendo la mesa, riquín, si no vamos a comer muy tarde…Yo he visto a ese señor de la perilla gris de al lado poniéndola”. Ernesto, comprensivo, extendió el mantel y puso los platos. Sólo cuando Laura le pidió que sacudiera la alfombra en el balcón, Ernesto objetó que esa tarea comprometía su prestigio como agregado de embajada.  ”Tú la sacudirás,  vidita… para los vecinos no eres nada más que un maridito más”. Ernesto le contaba a un amigo de confianza mientras bebían cerveza que cuando se decidió a hacer lo que se le pedía comprobó que las manos que tremolaban las alfombras desde los balcones eran masculinas. “La concesión a la mujer”, dijo el amigo sonriendo, “es la virtud del hombre francés”. “Pero mis concesiones, por mucho que influya en mí el ambiente, no pasarán de aquí. Mi mujer es de Granada”, concluyó el diplomático.  Esta historia la cuenta Sara Insúa en el número de agosto de 1936 de la revista Lecturas, publicación de tendencia liberal que, ajena a la guerra salvaje que enfrentaba a los españoles, suministraba aquel verano a sus lectoras literatura de la buena y sugerencias sobre pequeños ajustes en la convivencia matrimonial. Tras la victoria rebelde,  la Sección Femenina devolvió a la mujer española a la sumisión sostenible.

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